Isabel y sus miles de seguidores, entre los que destacan el Mocito Feliz y Gaspar Zarrías, deberían
seguir llevando esa medalla hasta el día de su muerte. También todos aquellos
turiferarios, entre los que sobresalen los periodistas que viven en posición
genuflexa con la Junta , deberían de
portar, y a diario, esas grandes medallas para que los honrados ciudadanos pudiéramos
señalarlos con el dedo. De esta manera tan simple, podríamos evitar la compañía
de aquellos que colaboran, o colaboraron, con La Garduña Socialista.
Isabel Pantoja debería guardar esa medalla porque es la
mejor imagen de la estupidez absoluta de un pueblo; el andaluz, convencido de
que no hay nada peor que ser ciudadano crítico e independiente. La artista con el gordinflas de su hijo.
La cantante besando al Cachulo en el Rocío. La niña bonita enseñando dientes
paseando por las calles de Marbella. Elijan la imagen que quieran, porque
cualquiera de ellas constituye el símbolo de un tiempo que hemos de mantener
presente en nuestras retinas para desterrarlo para siempre en un futuro cercano.
Y mientras la luna decreciente de Isabelita es evidente, se
acrecientan los golpes de efectos de los socialistas; Susana Díaz pidiendo más dinero a UGT por el fraude de la UGT y, a su vez, Méndez buscando almas cándidas que crean
sus propuesta de código ético. Lo de Pantoja se engloba en esa línea de echar
balones fuera. Pero yo sé que un pueblo que tiene memoria de coleóptero, es
capaz de olvidar los rostros de aquellos que nos han llevado a esta miseria
moral, económica y colectiva. Desastre que tiene un nombre: Autonomía andaluza.
No, Isabel Pantoja
no debe quitarse esa medalla de Andalucía
ni al agacharse a recoger el jabón en las duchas de la cárcel de Alhaurín donde ya la espera su otrora
rival sentimental. Ese símbolo debe rozar su piel hasta que los jodidos
andaluces del régimen nos devuelvan hasta el último céntimo robado en estos
últimos 35 años.
Sergio Calle Llorens
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