Los malagueños estaban tan mal acostumbrados que arreglar el
alumbrado público de algunos barrios fue visto como un logro similar al
descubrimiento de la penicilina. En realidad la etapa de Aparicio fue un
monumento al mal gobernante. Convirtió a Málaga en la ciudad más sucia de
España y en la más endeudada. Era tal la ruina que, tras su marcha, se necesitó más de una década para equilibrar las arcas municipales. Su última barrabasada
fue expropiar el Kiosco de La Marina
por un capricho, a los que era muy dado por cierto. También se destaca hoy en su haber la restauración del Teatro Cervantes, y he de reconocer que no andan
descaminados, pero sólo porque él amaba la Opera.
Y tanto la amaba que no toleró jamás que se tocara en sus tablas ningún otro género musical. Moderado que era el hombre. Otro de sus
caprichos fue matar la movida nocturna de Pedregalejo porque al ser vecino del
barrio le molestaban los ruidos. Huelga decir que no tuvo el mismo celo cuando los jóvenes nos
fuimos con la música al centro de la ciudad. A cuatro cañas de allí destrozó la Plaza de La Marina y se gastó una
millonada en El Guadalmedina para dejarlo peor que estaba.
En verdad todo lo que bien se hizo en aquellos años se hizo
en contra de su voluntad; desde las playas de la Malagueta hasta las de
Pedregalejo. Su obsesión era que Málaga no se pareciera en nada a Marbella o a
Torremolinos. Tal vez, digo yo, esa fue la causa por la que permitió que la Junta de Andalucía segregara
el barrio pasándose la ley española por la entrepierna. Calló tanto que ni
siquiera fue capaz de levantar la voz cuando el gobierno regional le engañó con
el asunto del Tranvía a la universidad.
Aparicio no tuvo nunca una mala palabra ni una buena acción.
Yo siempre lo recordaré entrando al vestuario del Málaga cuando se jugaba el
descenso para decirles a los jugadores; “No van a descender pero si eso pasara
el ayuntamiento con este Alcalde a la cabeza sabrá estar a la altura para ayudarles”. Y claro, como buen
socialista mintió, y el club desapareció. Creo que los años de Aparicio fueron
una completa perdida de tiempo. Tanto los recordamos que desde entonces la secta
del capullo no ha sido capaz de recuperar la Capital de la Costa del Sol.
Y con eso está dicho todo.
Con el tiempo Aparicio se convirtió en un magnífico
articulista y en un gran conversador. Sus textos en los que trataba de
contagiarnos de su europeismo son una auténtica maravilla. Incluso llegó a
reconocer que de poder volver atrás, jamás habría abandonado la enseñanza por
la política. Daba gusto verle caminar por el coqueto centro de la ciudad por el
que nunca hizo nada. Había envejecido bien tras su paso por el parlamento
europeo. Hoy, como les decía, su muerte nos ha sorprendido tanto como el hecho
de que él llegara a Alcalde cuando
necesitó 8 años para aprenderse los nombres de las calles de la ciudad de la
que desconocía casi todo. Sí, Don Pedro fue un mal sueño. Espero, de cualquier
forma, que allá dónde esté pueda seguir escuchando esas piezas clásicas que
tanto le gustaban y enfrente, por supuesto, tenga a nuestro amado mediterráneo. Ese mar
que contiene unas olas malagueñas cuya mecida no llegó a entender jamás.
DEP
Sergio Calle Llorens
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