lunes, 17 de septiembre de 2012

¡PELIRROJAS!

Hay algunos críticos que me acusan de gustarme demasiado las señoritas y, especialmente, las pelirrojas. No seré yo quien les lleve la contraria en un asunto tan banal, aunque no deja de ser curioso el hecho de que alguien por no estar de acuerdo con mis escritos, recurra a esos argumentos tan pueriles. Y es que el que nace tonto, con los años se perfecciona y al final es aún más tonto. Como llevo varios días en los que la nostalgia cabalga fuerte por mis venas, he querido compartir con todos ustedes mi admiración por esas féminas de pelo rojizo.

Soy de los que piensa que las pelirrojas son una raza diferente, mujeres con una energía, creatividad y personalidad que se salen de lo común. Son imbatibles en muchos sentidos. En mi opinión, ser pelirroja no es un color, es una actitud ante la vida. El antropólogo Grant McCracken lo explica de esta manera tan peculiar: “ Por supuesto, parte del problema con las pelirrojas es que no hay demasiado de ellas. Hacen únicamente el 2% de la población. Por lo tanto, son extraordinarias y demasiado numerosas para ser ignoradas, demasiado raras para ser aceptadas”. Mi admirado John Ford, en cambio, hace decir a uno de sus personajes en el Hombre Tranquilo;” Two women in the house, and one of them a redhead_” Otros incluso apuntan al hecho de que las mujeres de caballo colorado se suelen irritar muy fácilmente y que hablan demasiado de su piel. Imagino que si alguien hace tal cosa de forma habitual, será una dermatóloga. También hay escritores como Sir Pelham Melville que afirmaron en su día que jamás recomendaría a nadie a una pelirroja como compañera vital. Y es que cada uno cuenta la película como le va. Yo lo único que puedo decir es que cuando me he vestido de cupido, sonriente y silbando baladas irlandesas, el creador me ha regalado con alguna que otra hembra pelirrojas que estaba, si me permiten el simil cárnico, más buena que el solomillo.

Recuerdo una vez como el tranvía reptaba a ritmo de caracol entre neblinas que impedían ver aquellas casas con alma de castillo en la ciudad de Barcelona. Entonces de algún lugar del paraíso encontré a mi diosa de cabellos rojos y rizados. Vestía elegante con unos tacones que rompían el silencio de las calles. Se desplomaba la noche a traición, sin prisa pero sin pausa, con una luna tímida que no quiso ser testigo de nuestro encuentro. Pronto nos ampararon las sombras y su melodiosa voz se confundía con el rumor del agua de una fuente cercana. Fueron unas horas de confidencias, sin miradas molestas. Terminó lloviendo y yo la vi alejarse de mi vida para siempre. Nunca supe su nombre, ni yo le di el mío. Desde entonces, he amado a otras mujeres, mientras la buscaba por el mundo de las ilusiones. Una musa convertida en fantasma, un espectro hecho mujer que me rasga el alma en las noches en las que el vino, o el fuego de la chimenea no logran calentarme el espíritu. Con los años su rostro se ha difuminado en las tinieblas, como suele ocurrir con los familiares que se convierten en sombras. Ya ni siquiera pueda rescatarla del ático de mi memoria, pero sé que un día aquella mujer de cabellos rojizos supo asomarse al balcón de mi ser. Un lugar prohibido para ese grupo de monas al que llamamos humanidad.



Out of the ash I rise with my red hair and eat men like air.
Sylvia Plath


Sergio Calle Llorens


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