Todos los
astros parecen haberse alineado para que las líneas metropolitanas de Rincón
de la Victoria sean las peores de España. No sólo es la pequeñez de
los autobuses y su poca capacidad para albergar pasajeros sino la mala educación
de sus conductores. A veces, muchas veces, uno piensa
que la empresa concesionaria responsable del servicio hace el casting de la contratación
en la Escuela Nacional de antipáticos. El problema es que los lugareños
y turistas anhelamos, con la misma ilusión que un jabalí busca trufas en el
suelo del bosque, que la puñetera máquina aparezca a tiempo de llevarnos al
trabajo. Nunca ocurre. Nunca ha ocurrido. Nunca ocurrirá. Es casi como esperar
que Carmelo Encina gane el Premio Pulitzer de periodismo.
Una entelequia.
Un servidor
no sabe ya que algoritmo usar para conocer, y con cierta exactitud razonable,
la hora de llegada de estos autobuses infernales en los que viajamos apilados
cuan cerdos que llevan al matadero. Indefectiblemente los pasajeros asistimos a
un curso acelerado de crueldad humana a manos de los conductores de las líneas
160 y 163. Gente a la que no le importa dejar en la parada a ancianos
cuya agilidad es tan precaria que son incapaces de levantar a tiempo el brazo para detener el vehículo. Mi maligna favorita es una mujer con modales de
verdulera que jamás saluda, total para qué, pero que levanta sus pestañas y
deja ver unos ojazos que se han de comer los gusanos, pero mientras tanto hace
las delicias de los aficionados del cine de terror.
Los viajes
en este singular medio de transporte se hacen tan largos como una legislatura
de Pedro Sánchez. De hecho, yo quedo tan exhausto que, tras volver a
casa, me tumbo en el sofá, cuan angelito se acomoda en las nubes blancas del
cielo. Allí echado reflexiono sobre las
líneas metropolitanas cuyo traqueteo insufrible me recuerda a los saltitos que
daban los hermanos Wright en aquellas pistas polvorientas de Kitty
Hawk. Entonces y sólo entonces hallo la solución al problema de viajar en estas
líneas; usar el transporte privado y que le den por saco al mundo sostenible, ecológico,
hipócrita y resiliente que han creado para nosotros, los sufridores del
transporte público en la Axarquía, esta pandilla de cabrones.
Sergio Calle
Llorens
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