Anda el
personal muy soliviantado desde que Iván
Redondo, el gurú de Pedro Sánchez,
hiciese una reverencia al condenado presidente
autonómico catalán en un encuentro que,
al parecer, fue organizado por aquellos que piensan que Napoleón, como su propio nombre indica, era natural de Nápoles. Gente que jura
que Australia es un país llena de
canguros y orinocos. Ya saben, políticos como Irene Monterio- la
cuchicuchi de Pablo Iglesias- que desconoce
que la palabra parental- es que la tipa se ha inventado el término marental- no
viene de padre sino de pariente que alude tanto a padre como a madre. Pero una cosa es la incultura de nuestros
políticos, y otra, creo yo bien distinta, las reacciones de sorpresa a la
reverencia que sólo se reserva a los monarcas europeos.
En verdad a
mí me sorprende más que a Sergio Ramos
no le hayan dado el Oscar al mejor actor de reparto, que el gesto de sumisión
de los socialistas patrios encarnados en la cabeza agachada de Redondo al paso del amortizado Torra. Después de todo inclinar la
cabeza es lo que lleva haciendo cualquier persona en España- al menos todos aquellos que se autodenominan progresistas aunque en
realidad son retrógrados- en las últimas décadas. Una actitud de postración
hacia los nacionalismos periféricos que han convertido a millones de españoles
en ciudadanos de quinta categoría. No importa las veces que sigan posando como
modernos porque, mal que les pese, son ellos los que han permitido que
determinados territorios de este país tengan ventajas a la hora de financiar
sus carreteras y sus hospitales. Pero, siendo justos, también Aznar tuvo su parte de culpa cediendo
ante los nacionalistas vascos y catalanes. La derecha española siempre parece
creer que con colocar banderas españolas
gigantes y apoyar la fiesta de los toros ya está todo hecho.
Seamos
serios chicas: ni Vinicius es un
goleador porque falla más ocasiones que su marido en la cama, ni vosotras
acertáis de cara el gol luciendo la zamarra del falso progresismo. Creo que ha
llegado el momento de recordaros la cantidad de veces que nos habéis señalado
por advertir sobre vuestra doble vara de medir. Por no hablar de la infinidad de ocasiones en
las que mirasteis para otro lado cuando la maquinaria del Estado machacaba a
letristas, poetas, escritores y críticos varios que no hemos querido aceptar la
versión oficial sobre el estado autonómico. Tampoco puedo dejar de mencionaros los días que pusisteis
el grito en el cielo por la letra de una canción o por un chiste políticamente
incorrecto. En el tribunal de la Santa
Inquisición había más justicia que en vuestros juicios de valor.
Igual que
para escribir bien hay que leer mucho y vivir más. Para abrazar la libertad se
necesita un mínimo de raciocinio, cultura, y una querencia por los campos abiertos donde
la palabra, aunque ofenda, sea la norma, nunca la excepción. Por todo ello, Iván Redondo tiene todo el derecho a mostrarse sumiso con un señor
inhabilitado por la justicia porque, en verdad, está repitiendo vuestra actitud que, por acción u omisión, ha permitido a Sánchez ser presidente. Esa inclinación
de cabeza es el mejor recordatorio de vuestra propia condición dócil hacia el poder
cuando gobiernan los vuestros. ¿Lo pilláis ya pandilla de fanáticos?
Es obvio que aquellos que hicimos de la disidencia el motor de nuestra existencia tenemos el deber de deciros que el progresismo hispano posa igual de fea y de inculta que aquella falsa influencer que afirmaba, tras peinarse y hacerse una foto para Instagram, que Richelieu fue el obispo de los tres mosqueteros.
Es obvio que aquellos que hicimos de la disidencia el motor de nuestra existencia tenemos el deber de deciros que el progresismo hispano posa igual de fea y de inculta que aquella falsa influencer que afirmaba, tras peinarse y hacerse una foto para Instagram, que Richelieu fue el obispo de los tres mosqueteros.
Sigan por
tanto adelante con sus reverencias hacia
el nacionalismo y la corrección política pero recuerden que, más pronto que
tarde, alguien aprovechará la coyuntura
para clavársela. Será un espectáculo doloroso que yo no pienso perderme por nada del mundo.
Sergio Calle
Llorens
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