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lunes, 13 de enero de 2020

LOS PAGAFANTAS


A dos cañas del mediterráneo un buen amigo mío diserta, a su manera, sobre el desamor. Dice que se siente un perdedor. En ese momento recuerdo que alguien dejó escrito alguna vez que no hay ganadores en la vida. A fin de cuentas, esta gira en torno a la pérdida de la juventud, de la lozanía y, sobre todo, de los seres que amamos. A veces pienso que no es el paso del tiempo lo que nos hace envejecer, sino la desaparición de las cosas y personas que importan. Este tipo de envejecimiento no se disimula con maquillaje. Ni se suaviza con el tiempo. El dolor se refleja en la mirada. Los ojos que han visto demasiadas cosas terminan por delatarle a uno. Los de mi colega lo dicen todo. Quiero decirle algo reconfortante pero no me sale. Y mi silencio suena como el cañonazo de un buque de guerra en la bahía. Me conoce demasiado para que no note la falsedad en mi tono de voz.

     Bienvenido al club de los pagafantas- le digo con una sonrisa a media asta.
     Cabrón- contesta divertido.

 Apuro mi cerveza y doy un paseo por las colinas de mis recuerdos. Un recorrido por las páginas del álbum de mi existencia que deja un rostro envuelto en una sonrisa dulce. Su recuerdo me desgarra las tripas como el pico de un cuervo. El sentimiento de pérdida es brutal. En verdad la vida nunca te da avisos. No te ofrece la menor señal de que quizás estés viviendo un momento único del que deberías tomarte un tiempo para asimilarlo. Nunca te indica que vale la pena aferrarse a algo hasta que lo pierdes. Comparto estos pensamientos con mi amigo hasta que pedimos una nueva ronda. 

     La gente dice que el tiempo lo cura todo. No es verdad- añade- lo que hace el tiempo es borrarlo todo. Trascurre inexorable y va erosionando nuestros recuerdos. Desgastando las grandes rocas del sufrimiento hasta que sólo quedan esquirlas afiladas, aún dolorosas.
     Cierto- contesto.

Las frases dan lugar a un silencio sobrevenido que aprovecho para concentrarme  en los dos últimos meses de mi vida. Días de vino y rosa que he prometido guardar bajo llave en el ático de mi memoria. Esos días en las que la claridad menguante de los atardeceres me hizo creer que podría cerrar con éxito esa historia circular mía. Las noches en las que acuné un viejo sueño de juventud: ella era una ilusión viva y su amor un corazón palpitante. Un músculo que expulsaba sangre ilusionante en cada latido. Un rayito de sol en las deprimentes mañanas de los lunes. Pero ese sueño se aleja en silencio como un fantasma. 

     Tienes razón Sergio.- Somos unos pagafantas. Tipos como nosotros no somos personajes de película que regresan, resuelven el misterio y se llevan a la chica. Nosotros nos pasamos de la tercera escena. Personajes secundarios.
     A veces nos agarramos a un clavo ardiendo y, claro, nos terminamos quemando. No le des más vueltas colega- termino diciendo. 

Pero mi amigo le sigue dando vueltas al asunto del desamor. Intento consolarle pero todo lo que sale de mi boca suena a mentira cochina. En realidad, los mejores faroles son los que nos echamos a nosotros mismos. Ya tendrá tiempo de engañarse Ahora nos abrazamos a la botella y bebemos a la salud de las mujeres que no llegaron a amarnos del todo.

¡Porca miseria!

Sergio Calle Llorens

jueves, 2 de enero de 2020

SLEEPY LABEEF


A Frank Sinatra le llamaba la voz porque obviamente no conocían a Sleepy LaBeef. El cantante que ha muerto con 84 años a sus espaldas. Un tipo de dos metros que tenía, además de Rock and Roll corriendo por sus venas, una enorme  generosidad de la que han hablado, y muy bien por cierto, Loquillo y Carlos Segarra.

 Le llamaban El Toro y atesoraba un profundo conocimiento de los ritmos del sur de los Estados Unidos: swing, country, boogie,  blues, honky tonk. No había tema que no conociese. No había canción que no supiese interpretar. Era, por resumirlo en una frase, un karaoke andante.  De hecho, the jukebox era su segundo apodo. 

Cuenta la leyenda que trabajaba en Houston en 1955 cuando vio una actuación de Elvis Presley. Fue su epifanía porque desde entonces supo lo que quería hacer el resto de su vida: entretener con su guitarra al ritmo de la mejor música que inventó jamás el ser humano.

Grabó para compañías como Dixie, Wayside y la filial de Columbia en Nashville. En esos estudios conoció al que sería el biógrafo del Rey del Rock and Roll, Peter Gurasinick. Éste dijo de Sleepy que era la conexión con el espíritu festivo de la década de los 50 de la centuria pasada. 
Los españoles tuvimos algunas ocasiones para saborear su directo. El concierto en Madrid en 1987 y sus actuaciones en la Rockin Race Jamboree de Torremolinos dejaron claro quien era el Dios del Rockabilly.  Y eso que nunca tuvo un gran éxito pero se redimía en cada uno de sus bolos. Parecía decirnos que mientras él estuviera en el escenario, el Rock and Roll viviría para siempre.  Un maestro del Rock más canónico que, entre canción y canción, le hacía un buen corte de manga a esos críticos infumables que tanto dañaron su carrera como artista.

Sleepy, que nos dijo oficiosamente hasta luego con un documental llamado “Sleepy LaBeef rides again” grabado en el estudio B de RCA, se marchó oficialmente de este mundo hace unos días. En el cielo lo esperaban Buddy Holly, Elvis y Eddie Cochram. Los tres Reyes magos del Rock and Roll que, como imaginan, ya son cuatro con la llegada del gigante de Arkansas.  A mí sólo me queda decirle aquello de  Rock on fat man.
 
¡He will never be forgotten”

Sergio Calle Llorens