A la señora María
nunca le entusiasmó la idea de practicar sexo anal. Pensaba, de hecho todavía lo piensa, que eso
de que le metan un objeto en su ano es algo muy doloroso. Por eso, cuando su
legítimo esposo le propuso esa modalidad
en el tálamo, comenzó a ponerse muy tensa. Buscó ayuda en un cielo azul que
competía en excelencia con el turquesa que adquiría el mar en la bahía. En
principio, él no le insistió mucho pero luego, una vez su amorcito terminó las confituras que, como
todo el mundo sabe, presentan sus mejore matices con los primeros fríos, volvió
a la carga.
Le prometió que si le dejaba hacer, él la ayudaría con las
tareas de casa. Incluso le prepararía la cena un par de veces por semana. La
mujer que, aunque enamorada, no era nada tonta, se negó en redondo. Entonces el
esposo comenzó a afirmar que había aprendido una forma de penetrarla sin que le
causara el menor dolor. Empero, María
dijo que naranjas de la China y se preguntó de dónde venía esta obsesión
por ese agujerito en cuestión cuando ella disponía, y a su disposición, de dos
boquetitos más con los que hacía maravillas. José Manuel, que así se llama el
señor, alertado de que su cuchicuchi no iba a permitir que se saliera con la
suya, redobló las promesas;
-
Le pagaría dos sesiones de peluquería por semana.
-
Le costearía unos pendientes al mes.
-
El viento jamás volvería a darle de cara en la
bicicleta.
-
Permitiría que su madre, esa suegra tan pesada,
pasara un mes al año en el domicilio.
-
Dejaría de vocear los sábados en compañía de sus
amigos viendo el fútbol.
-
Una sesión de Spa trimestral en ese hotel tan
coqueto junto a la playa.
-
No volver a decirle a su hermano- su cuñado- que
era un gordinflón y un gurrumino.
-
La mejor educación para los niños.
-
Seguro Médico a todo riesgo.
-
Un sueldo de ama de casa.
Finalmente María, la
pobre, dio por buena la propuesta y se puso mirando a Cuenca para que su
maridito pudiera practicar eso que tanto anhelaba. Como sospechaba, y a
pesar de los intentos del hombre, aquello le dolió horrores. La pobre trataba de pasar el mal rato
pensando en los buenos momentos que tendría disfrutando de su madre en casa,
mientras le hablaba de los cuidados que le profesaban en el hotel y en la
peluquería. Pasadas tres semanas, nuestra protagonista femenina vio que el
cabronazo de José Manuel no había cumplido ni una de sus promesas. Es más, incluso
tuvo que comprar ella misma los profilácticos y, aguantar también que el
machote de su marido invitara a los colegas para que fueran testigos del
acontecimiento. Hoy, María es una mujer
humillada con el culo muy dolorido, que no puede seguir esposada a un hombre
tan perverso.
Probablemente usted,
querido lector, estará sintiendo una empatía por María tras conocer su caso de
primera mano. Por lo tanto, espero que ahora entienda mucho mejor a todos aquellos que declaramos
que estar bajo el yugo de la Junta es lo más parecido a que nos den
constantemente por detrás. Como la buena de María, queremos poner fin a esa
práctica tan lastimosa. Contamos con su colaboración para conseguirlo. Muchas
gracias.
Sergio Calle Llorens
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