La noche avanza
hacia nosotros lentamente cubriendo de púrpura
mi atalaya mediterránea. La luz disolviéndose y ese crucero que, a pocas millas
de la orilla, navega en un mediterráneo calmado. En el otro extremo, dos
veleros buscan puerto. La verdad es que la situación de los vientos es
compleja, con régimen de levante en la ciudad, pero de repente en el mar gira y
cambia en sentido en la Bahía de Málaga. Oigo las voces de algunos chiquillos
que continúan jugando en la playa aterciopelada. Arriba un cielo bermejo que lo
abarca todo. Como el hambre ruge en mis tripas, decido degustar una fritura
malagueña acompañado de un vino blanco bien frío. Como siempre
digo; no hay nada como el vino corriendo por mis venas. Gasolina
que alimenta mi mente creativa.
El Rincón de
la Victoria es un lugar extraordinario para pasear junto a la patria salada, El
enclave que me apasiona para perderme para siempre. Un refugio de paz cuyos
acantilados del Cantal me permiten hacer volar la imaginación. No hay día que
no encuentre placer al bajar a los túneles que unen la localidad con la Cala
del Moral . Allí los muchachos están dominando el arte de esas
mágicas jábegas de origen fenicio a las que escribo unos modestos versos en el
cuaderno que, como ahora en el restaurante, casi siempre me acompaña;
Quisiera ser yo marengo
Para cantarte
un jabegote
Y que mi amor
no se agote
A esa
embarcación llamada jábega
Que navega
en el mediterráneo azul
Admirada hasta en la bella Noruega
Paséame sin
pausa barquito
que soy
miembro honorario
De la orden
del naufragio
Y en
levantando la vista tras pelearme con las rimas, oigo un silencio contumaz en la terraza que da al mar. Todos absortos de esa espuma blanca
que se formaba con las palas de esos lugareños. La voz del mandaor que va
marcando el ritmo y nosotros ,los comensales, podemos sentir el esfuerzo de
los valientes en una lucha contra las olas. Allí fascinados por el
espectáculo siento toda la admiración por una tradición ancestral que
mide fuerzas en la liga de jábegas. Una competición que es una parábola de la
vida ya que, por más que nos esforcemos, al final son siempre los elementos los
que terminan ganando la guerra definitiva. Junto a esta atalaya divina llamada
Rincón de la Victoria se nos desvela un arcano singular; somos el Rincón de
la Derrota.
Sergio Calle
Llorens
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