Prisa, lo que se dice prisa, yo no la he tenido nunca. La
prisa es un simple pretexto para perder el tiempo. Una manera de escapar de uno
mismo. Ni siquiera cuando llega el momento de decir adiós, me entran ganas de
salir corriendo que, como todos saben, es cosa de cobardes. Aguanto y medito.
Observo y trato de calibrar lo que veo para luego describirlo. Trato de saber
hasta que punto manejo mi primera lengua. Escribo desde la desnudez estilística
como una forma de simplificación literaria. En el fondo, se trata de colocar el
adjetivo correcto en el lugar exacto. No tengo ningún inconveniente en confesar
que el considerable esfuerzo no ha sido logrado. A veces pienso en ello
mientras observo un manto de mar escarlata y, al fondo, unos bosques verdes. La
única cosa que se me ocurre es que he superado, y en gran medida, las formas
confusas y temerarias de esa pandilla de turiferarios que escriben en las
tierras sureñas.
Tal vez yo sea el resultado de pensar y vivir en varias
lenguas, de haber amado a mujeres de diferentes latitudes. De esa forma, parece
que mi pluma fluya en un alejamiento perpetuo del tartamudeo andaluz. Toques de
dulce para valenciana mezcladas con voces anglosajonas y una pizca de español
meridional. De mi pluma puede concluirse que
huyo de la taquicardia andaluza de ir siempre corriendo como pollo sin
cabeza; sin pararse a pensar, sin crítica alguna; la ausencia de rebeldía. Cuando
les leo, observo que todos dicen lo mismo, que todos se repiten porque, como he
expuesto en infinidad de ocasiones, sus odas políticas están saturadas del
dogma de la subvención. Sus análisis siempre errados, Sus sesudas reflexiones.
Ay, ¡qué frágiles son las teorías!
Los andaluces me aburren al escribir, al caminar, al hablar.
Gritos, ruido y poco más. No encuentro una conversación interesante que
llevarme al oído. No, no tengo prisa, sólo que a veces cuento los segundos para
que llegue el nocturno y, ella atraviese el umbral de mi habitación. El día, a
pesar de la ausencia de prisas, es un esfuerzo inhumano. Callo. Llega un
momento que no vale la pena insistir en rebatirles. Sus argumentos de puro
trillados y manoseados se convierten en vulgares insultos a la inteligencia. Argumentos
de una fuerza granítica. Ideas delirantes de sus cabezas de chorlito.
Yo defiendo la muerte de Andalucía; con sus nodos, su paro,
sus frases trilladas, su copla, sus corruptelas. Abogo por elevar al altar de
los héroes a todos los que alguna vez lucharon contra la mafia de la Junta de Andalucía. Lo hago
sin prisa, pero sin pausa, sabiendo que a los andaluces no hay manera de
meterlos por la senda de la racionalidad. Es un acto de rebeldía aunque sería
mejor dejar a esas almas muertas inmensas en su triste cobardía. Un acto inútil.
Un grito que se apaga en mitad de la noche. Entro en la vieja biblioteca donde
arde un gran tronco de olivo que emite una llama pequeña viva, azulada como mi
mar. Apuro lentamente el néctar divino en mi boca y admiro un cuerpo de mujer
desnudo que me ofrece la divinidad. No, no tengo prisa.
Sergio Calle Llorens
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