Hubo un tiempo en el que los españoles asombramos al mundo
con nuestros relámpagos. Hoy, en cambio, somos el pasmo del mundo civilizado
pues intentamos, sin conseguirlo, destruir a la nación más antigua de Europa.
El problema no es que existan los nacionalismos periféricos, ni que se hayan
acostumbrado a quemar nuestras banderas y a cachondearse de nuestros muertos.
Véase el diario nacionalista Punt con sus viñetas acerca de la tragedia ferroviaria
de Santiago. El problema es que hasta ahora todo les ha salido gratis. Y todo
porque son pocos los que están dispuestos a sacrificarse. No se trata de
embestir al enemigo cuan carnero castellano sin encomendarse a Dios o al
mismísimo diablo, sino de presentarles batalla donde más les duele; la
economía. El sacrificio pasa, en mi modestísima opinión, por suprimir todas las
autonomías que no tengan una lengua propia y gobernar nuestros territorios a
través de las Diputaciones. Ahorraríamos en diputados regionales, cargos de
confianza, chupatintas y chupapollas. Todo nuestro dinero debería ir entonces
al fomento del empleo, a la recuperación del mercado único y, con seguridad, en
unos años habríamos superado a Cataluña que, de paso, vería reconocida su derecho
diferencial a costa de su desarrollo económico. Pero para cuando se hayan
querido dar cuenta, la cosa no tendrá remedio.
Sergio Calle Llorens
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