lunes, 10 de junio de 2013

MARÍA

María Volvía de un crepúsculo triste ligeramente tocado de rojo. Llevaba el alma en pena y se movía, muy a su pesar, arrastrando los pies por las calles de la ciudad de Mobile. Un lustro viviendo en el “país de las libertades” le había dado para mucho; marido, dos hijos y un trabajo de secretaria en una empresa local. Sin embargo, lo que había comenzado como un cuento de hadas, había terminado en desastre. Su marido la dejaba por otra, más joven, más guapa, más todo. Necesitaba poner en orden sus ideas  y, como hacía siempre que tenía problemas, comenzó a andar.

Al poco se dio cuenta que en el cielo brillaban débilmente las estrellas. Suspiró al pensar en Málaga. Echaba de menos esos anocheceres junto al mediterráneo, oliendo a brisa marina y a dama de noche. En casa, guardaba un tarro con el agua de su patria salada al que acudía para inspirar los efluvios e una tierra que le parecía lejana, tanto en el tiempo, como en el espacio.  La idea de volver atrás con sus dos hijos que, obviamente, ya eran más americanos que españoles, se le antojaba realmente imposible.. Quería llorar pero las lágrimas no acudían a sus ojos. Quería gritar pero su voz quedaba ahogada en su garganta. Hacía frío pero tampoco lo sentía.

El peso de la soledad la empujaba a seguir caminando entre las sombras de la noche. Una niebla comenzó a arrastrarse atrapando las esquinas de la ciudad.  Llegó sin previo aviso para fundirse en un abrazo continuo con los lugareños. Entonces vio surgir una figura de entre la bruma. Figura que le pareció familiar. Sin embargo, el personaje, quienquiera que fuera, tenía el rostro difuminado;  esos brazos, esas piernas, ese porte eran de alguien muy conocido. Cruzó la calle y al verlo de cerca, su corazón se detuvo. Era él. Algo más pequeño pero no había duda. A su mente, de nuevo, llegaron recuerdos de su niñez; espetos, chanquetes, rosadas y otros frutos de mar combinados con la eterna biznaga y, risas, muchas risas.  De esas que se guardan en algún lugar del ático de nuestra memoria. No lo dudó un instante y pasó sus dedos sobre el rostro del personaje. Ahora María sí lloraba;

-         ¡No sabes cuanto me alegra verte viejo amigo! ¡No sabes lo sola que me siento!

Se abrazó a él como antes lo había hecho la niebla con Mobile, pero éste era un achuchón sentido, de esos que tan sólo pueden dar las mujeres del sur. El hombre siguió inmóvil, mirándola con ojos sorprendidos. De haber podido, la habría abrazado para consolar la pena de la malagueña. El Cenachero, en cambio, no podía hacer mucho como la estatua que era.  Nada más que un regalo de la ciudad de Málaga a su hermana de Mobile. Siguió allí petrificado,  haciendo de tripas corazón pero a María no pareció importarle el silencio incómodo de su amigo de la niñez. Siguió  rodeándole con sus brazos,  bajo el cielo estrellado de Alabama. A pesar de estar empapada por la fuente que rodeaba al monumento, comenzó a sentirse mejor. Tan bien se sentía que hubo que precisar la presencia de una patrulla de la policía local para separarla de su Cenachero. A los agentes, les dijo que bajo ese extraño cielo había sentido la necesidad de abrazar a la tierra que la vio nacer y, que tuvo que dejar, por el drama del paro. Después de todo, no había hecho nada malo a nadie. Su único pecado; la necesidad de buscarse un futuro mejor en otras tierras.

 Ahora María sigue buscando rehacer su vino con la esperanza puesta en un amanecer donde pueda ver el barrio de la Malagueta desde su ventana. A veces llora, otras va a conversar con el Cenachero. El drama de muchos.

Sergio Calle Llorens



3 comentarios:

  1. Me haces llorar a veces con tus escritos, otras me río más que nunca pero siempre me mojas las bragas. Tu más ferviente y secreta admiradora.

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    1. Muchas gracias quien quiera que seas.

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    2. Se llama María C. y... ¿ no será a la que le han dedicado el escrito hecho en sentido inverso ?

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