Andalucía, oigo decir, es una región de dispersos, de
atolondrados, de loquinarios. Y tienen razón. Aquí no hay nada que funcione
razonablemente bien. Se tiende a la chapuza, a las cosas a medio hacer y a las
conversaciones delirantes. Vivir en las tierras del sur es como pasar todo el
invierno desnudo. No hay lugar del planeta donde se pase más frío en el
interior de sus casas. La única solución al respecto, parece ser, la de
colocarse varias capas de ropa tratando de emular a un oso. Animales, estos últimos,
que pasan la fría estación durmiendo, mientras que el andaluz medio vive
dormido ante las llamadas de alerta para que despierte de su sueño.
La taifa del sur debería ser un reloj calmado, un reloj dormido
que no importunara con su tic tac a horas intempestivas. Una autonomía que es
como una chimenea que no calienta, de esas que tiran de abajo arriba, o sea
normalmente. Sin embargo, nada en Andalucía es normal, ni sus dirigentes, ni el
pueblo que sigue encantado de vivir en la edad media sirviendo como vasallos. A
veces me pregunto ¿Cuál es la relación entre esta clase de palurdos con el
resto de la humanidad? Probablemente ninguna. Aquí la gente no quiere
comprender, pero algún día tendrá que hacerlo; Andalucía, como ente político,
no puede funcionar jamás.
Los andaluces deben aprender que no se ha de escuchar a todo
el mundo, se ha de escuchar a quien conviene. Y estoy convencido que lo que
conviene es matar al dragón andaluz de miles de cabezas a las que alimentar. El
sistema andaluz de parasitología se basa en una atmósfera permanente de
proyectismo mientras los planes prometidos nunca se ejecutan o se quedan a
medias. Nuestros políticos siempre usan el futuro simple para hablar de los
años venideros cuando lo suyo es el imperfecto. A veces, algún político
volandero y suelto trata de convencernos de que ellos, a pesar de tres décadas
gobernando, son la respuesta. Empero, no hay más que comprobar la orla jurásica
de los Griñán y compañía para percatarse del engaño. Echemos una mirada
circular al patio sureño; 60% de paro juvenil, la primera de todo lo malo y la última
de todo lo bueno. Pero como les decía ocurren cosas sorprendentes, como la de
hacer aprobar las asignaturas del bachillerato a los estudiantes retrasados. Los
amantes de la travesura sarcástica dirían que el que hace la ley hace la
trampa.
Sergio Calle Llorens
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