EL JUDÍO

La duda ensancha, la seguridad plena encierra. No hay dogmas inmutables y no hay más verdad que la  muerte. Hay arcanos que jamás nos serán desvelados, y ni por lo uno ni por lo otro, uno va a perder la sonrisa cínica cuando algunos me escriben la historia con letra bastardilla, aunque hay asuntos que me la borran. En España tenemos a millones de personas que aman a un solo tipo de judío, el muerto. Ese judío avaro que queda muy bien en las cámaras de gas de  los nazis. Fuera de ellas, el hebreo no queda bonito. Algo así como la presencia de María Gámez en un congreso de mentes brillantes. No es extraño escuchar, y leer, a cientos de tertulianos  hispanos justificando los ataques terroristas de Hamas, cuyo corazón es tan negro como la de aquellos que matan a niños palestinos. Como comprenderán, apoyo el derecho a existir de Israel y le niego el deseo al árabe que quiere echarlos al mar. Un deseo que comparten tanto la derecha y la izquierda de éste país.  Único asunto, al margen de seguir viviendo de la sopa boba, donde los padres de la patria se ponen de acuerdo.

En cualquier caso, no hay pueblo inocente y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Los españoles, por poner un ejemplo, fuimos a América y la primera frase que le dijimos a los indios nativos fue: ¿“Un cortado?  Más tarde éstos indios se mezclaron con los de madre patria para alcanzar su independencia. A diferencia de la Gran Bretaña cuyas colonias al independizarse dieron paso a los Estados Unidos de América, los dominios hispanos tras la suya, dieron lugar al nacimiento del circo. Un hecho histórico, que asombra tanto, como que Dios no le concediera al pueblo elegido una tierra con petróleo. Los ingleses, por su parte, a los que nadie eligió nunca como socio preferente por aquello de llevar en su ADN el gen de la piratería, llegaron a exterminar a los indios por considerarlos una raza inferior. Con los irlandeses a punto estuvieron. Los escandinavos no han exterminado a nadie, a ellos les bastó con esterilizar a los extranjeros en los años sesenta. Y de los alemanes, mejor ni hablar. A lo sumo, podemos añadir su poca capacidad de empatía con los que sufren.

Imagino que habrá muchos  que querrían volver a los tiempos del Sambenito. Ese símbolo que le servía a la inquisición para señalar a los enemigos de la religión que nos hizo creer que el arcángel San Gabriel apunta en una libretilla  los orgasmos que tenemos fuera del matrimonio. Así los reos serían paseados de nuevo por las ciudades descalzos, vistiendo el saco bendito y con un gran cirio encendido en la mano para que sirva de memoria y de ejemplo de lo que les pasa a los que discrepan. La escena arquetípica de los intolerantes que tanto agradaría a los enemigos musulmanes de la democracia. Y es que Torquemada sigue cabalgando por la vieja Europa al grito de; exterminemos a los judíos. ¡Que empiecen por mí!

Sergio Calle Llorens