María Volvía de un crepúsculo triste ligeramente tocado de
rojo. Llevaba el alma en pena y se movía, muy a su pesar, arrastrando los pies
por las calles de la ciudad de Mobile. Un lustro viviendo en el “país de las
libertades” le había dado para mucho; marido, dos hijos y un trabajo de
secretaria en una empresa local. Sin embargo, lo que había comenzado como un
cuento de hadas, había terminado en desastre. Su marido la dejaba por otra, más
joven, más guapa, más todo. Necesitaba poner en orden sus ideas y, como hacía siempre que tenía problemas,
comenzó a andar.
Al poco se dio cuenta que en el cielo brillaban débilmente
las estrellas. Suspiró al pensar en Málaga. Echaba de menos esos anocheceres
junto al mediterráneo, oliendo a brisa marina y a dama de noche. En casa,
guardaba un tarro con el agua de su patria salada al que acudía para inspirar
los efluvios e una tierra que le parecía lejana, tanto en el tiempo, como en el
espacio. La idea de volver atrás con sus
dos hijos que, obviamente, ya eran más americanos que españoles, se le antojaba
realmente imposible.. Quería llorar pero las lágrimas no acudían a sus ojos.
Quería gritar pero su voz quedaba ahogada en su garganta. Hacía frío pero
tampoco lo sentía.
El peso de la soledad la empujaba a seguir caminando entre
las sombras de la noche. Una niebla comenzó a arrastrarse atrapando las
esquinas de la ciudad. Llegó sin previo
aviso para fundirse en un abrazo continuo con los lugareños. Entonces vio
surgir una figura de entre la bruma. Figura que le pareció familiar. Sin
embargo, el personaje, quienquiera que fuera, tenía el rostro difuminado; esos brazos, esas piernas, ese porte eran de
alguien muy conocido. Cruzó la calle y al verlo de cerca, su corazón se detuvo.
Era él. Algo más pequeño pero no había duda. A su mente, de nuevo, llegaron
recuerdos de su niñez; espetos, chanquetes, rosadas y otros frutos de mar
combinados con la eterna biznaga y, risas, muchas risas. De esas que se guardan en algún lugar del ático
de nuestra memoria. No lo dudó un instante y pasó sus dedos sobre el rostro del
personaje. Ahora María sí lloraba;
-
¡No sabes cuanto me alegra verte viejo amigo! ¡No sabes
lo sola que me siento!
Se abrazó a él como antes lo había hecho la niebla con
Mobile, pero éste era un achuchón sentido, de esos que tan sólo pueden dar las
mujeres del sur. El hombre siguió inmóvil, mirándola con ojos sorprendidos. De
haber podido, la habría abrazado para consolar la pena de la malagueña. El
Cenachero, en cambio, no podía hacer mucho como la estatua que era. Nada más que un regalo de la ciudad de Málaga
a su hermana de Mobile. Siguió allí petrificado, haciendo de tripas corazón pero a María no
pareció importarle el silencio incómodo de su amigo de la niñez. Siguió rodeándole con sus brazos, bajo el cielo estrellado de Alabama. A pesar
de estar empapada por la fuente que rodeaba al monumento, comenzó a sentirse
mejor. Tan bien se sentía que hubo que precisar la presencia de una patrulla de
la policía local para separarla de su Cenachero. A los agentes, les dijo que bajo
ese extraño cielo había sentido la necesidad de abrazar a la tierra que la vio
nacer y, que tuvo que dejar, por el drama del paro. Después de todo, no había
hecho nada malo a nadie. Su único pecado; la necesidad de buscarse un futuro
mejor en otras tierras.
Ahora María sigue buscando rehacer su vino con la
esperanza puesta en un amanecer donde pueda ver el barrio de la Malagueta desde su
ventana. A veces llora, otras va a conversar con el Cenachero. El drama de
muchos.
Sergio Calle Llorens
Me haces llorar a veces con tus escritos, otras me río más que nunca pero siempre me mojas las bragas. Tu más ferviente y secreta admiradora.
ResponderEliminarMuchas gracias quien quiera que seas.
EliminarSe llama María C. y... ¿ no será a la que le han dedicado el escrito hecho en sentido inverso ?
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