Camino de noche en un océano de árboles verdes en los montes
de Málaga. La luna está en lo alto en su máximo apogeo y sus rayos de plata me
iluminan el camino forestal. No lejos de allí, me esperan unos amigos a cenar
en una casa rodeada de abetos. Me detengo a escuchar los sonidos del bosque. Si
el mar es mi primera mirada, el bosque supone un refugio de última morada.
Huele a romero, a tomillo y a pino fresco a pesar de los calores. Sigo caminando
buscando la casa ajeno al lenguaje secreto de los animales y me concentro en la
nueva tesis en la que trabajo; La
Garduña.
La garduña fue una asociación de malhechores fundada en
Toledo allá por el año 1412. Bandas que solían robar a los judíos y a los
musulmanes. Sin embargo, las asociaciones de criminales nacidas al amparo de
las germanías tuvieron su apogeo en la Sevilla donde iban a parar las gemas, esmeraldas
y oro de las Américas. El propio personaje de Monipodio en la novela ejemplar
de Cervantes Rinconete y Cortadillo estaría, sin duda, inspirado en un
personaje real que el manco de Lepanto habría conocido en una cárcel
hispalense. En mi opinión, La
Garduña ha seguido existiendo en los últimos años bajo otras
denominaciones y, muy especialmente, en el sur de España.
La influencia de La Garduña
fue tal que contaba entre sus afiliados con gobernadores, jueces,
alcaldes y hasta directores de prisión. Al margen de su carácter esotérico y
del posible hecho de que tres españoles llevaran los códigos de la organización
a Sicilia y Nápoles, la influencia de la orden secreta era, con toda seguridad,
la misma que hoy goza la Junta
de Andalucía. Incluso los encubridores de entonces recibían un 10% de todos los
negocios fraudulentos como ocurre ahora con los socialistas. La diferencia es
que en la actualidad, La
Garduña actual cuenta con innumerables periodistas y directores
de periódico en nómina. Gente que mira hacia otro lado cuando se producen actos
eminentemente ilegales. Hoy, tal como entonces, la regla máxima más importante
se encuentra en la siguiente frase: “Antes mártires que confesores”.
Son muchos los que todavía niegan que La Garduña existiese y, para
dar más realce a esa opinión, afirman que la historia de la organización tiene
su base en “Misterios de la inquisición española y otras sociedades
externas” escrito por una francesa
anticlerical llamada Madame de Suberwick. Al parecer, sus fuentes no serían
fiables. Sin embargo, yo opino que aunque hay parte de verdad en esa
afirmación, negar que La
Garduña existiese es llevar las cosas demasiado lejos. De
igual forma, puedo concluir con la afirmación de que en Andalucía y, más
concretamente en Sevilla, se vive desde el siglo de oro de la picaresca y de
las actividades criminales de organizaciones que operan en la sombra y mueven
los hilos amparados en la inexistencia de una sociedad civil inoperante y
acrítica.
Reflexionaba sobre La Garduña Socialista
cuando la casa de mi amigo, con los cristales de los farolillos humedecidos por
el viento, se apareció ante mí como un alegre heraldo. Una oleada de ilusión me
sacudió el alma ante la perspectiva de una cena copiosa regada por buen vino y
con conversación inteligente. Antes de entrar en la propiedad, oí que algo o
alguien se movía entre la hojarasca del bosque. Me volví para hacer frente a
aquella cosa. Tal vez fuera un animal pero los rayos de luna no me alcanzaron
para ver nada más. Retomé el camino no sin antes pensar que fuera de esa
propiedad, La Garduña
sigue afilando sus garras presta para seguir haciendo el mal en pleno siglo XXI.
Entonces, y sólo entonces, un escalofrío recorrió mi espalda.
Sergio Calle Llorens