Eres, entre otras muchas cosas, varón, parado de larga duración, padre, heterosexual y tienes más de
cincuenta castañas. Dicho de otra manera; perteneces a la cofradía de cadáveres
que, por alguna extraña razón, sigue en pie. Porque entiendo cómo te sientes,
he decidido publicar esta carta. Y es que no puedo pasar por alto que hayas
intentado quitarte la vida. No es que tu intento de autoeliminación sea una novedad. De hecho, en España cada dos horas y media alguien se desconecta el cerebro de forma voluntaria. En total son diez criaturas al día. Pero eres un compañero de armas y tu fracaso de inmolación me lo he tomado como algo personal.
En este país, ya ves, hasta morirse es
complicado. Y, a no ser que dos personas te vean protagonizando la escena final
de Thelma Y Louise, tu suicidio hubiese sido catalogado de accidente. Una
forma como otra cualquiera de demostrarnos que la clase política española no
para de jodernos ni después de muertos. Es más, sostengo que no está lejos el
día en el que nos obliguen a enterrarnos con el culo al aire para que los descendientes
de los consejeros autonómicos aparquen sus bicicletas sostenibles.
Pero empecemos por el día de autos. Sin duda el intento de quitarte la vida con barbitúricos me ha quitado las ganas de saludarte, porque siendo un artista, y
de los buenos, podrías haber elegido, literariamente hablando, una muerte más digna. Deberías, digo yo, haber imitado a Mariano José de Larra
pegándote un tiro en el corazón. Sí, ya sé que después del divorcio, a las mujeres no las quieres ver ni en la portada del Supertetas. Te concedo que la escena habría resultado demasiado romántica. Pero también tenías el
ejemplo de Gustavo Adolfo Bécquer que para acabar con todo se colocó en
la parte descubierta de un tranvía madrileño. La pulmonía que pilló por la
nevada hizo el resto. ¿Unas pastillitas? Chiquillo, peor que Rocío Carrasco. ¿Qué será lo próximo?: ¿Hacerte del Real Madrid? ¿Leer los publirreportajes de Agustín Rivera en el Confidencial? ¿Ponerte a ver Canal Sur?
Ahora voy a concentrarme en las semanas
previas. El teléfono dejó de sonar tras la última humillación a manos una
jovencita que no pasaba de la treintena. Esa chica tan mona con tres masters, y menos de dos dedos de frente, diciéndote
a la cara que no dabas el perfil. A ti que lo has sido todo en el mundo de la
ilustración. Al tipo que habla cinco idiomas y que hacía ganar
dinero a todo aquel que le propusiese un negocio. De hecho, aunque tú no lo sepas,
te llamábamos como aquella canción de Serie B: “el mago de las finanzas”.
Me contaron también que la noche antes soñaste con tu madre. La mujer que se llevó el coronavirus. Ya sabes, el que sólo afectaría
“a una o dos personas”. La única dama que te quiso en el mundo y a la que, por
cierto, no pudiste enterrar porque las autoridades siguen sin encontrar
su cadáver. Así que decidiste tomar el Express del adiós para ver si volvías a ver su rostro en la última estación. No seré yo quien
te lo reproche, pero hay formas y maneras de quitarse la vida. Esa que nos bebimos juntos en garitos de
mala reputación a ritmo de furioso rock and roll.
Podría, ya
te digo, mentirte y soltar una frase muy campanuda estilo; "siempre hay luz al final del túnel". Pero
ya sabes que me gusta decir que no estamos atravesando un túnel porque vivimos
en un hangar profundo y oscuro del que no saldremos nunca. Nuestro tiempo, querido amigo, pasó, y no le
importamos absolutamente a nadie. Comparto tu dolor. Lamento los últimos
fracasos de tu existencia. De hecho, yo mismo no descarto buscar una forma
airosa de terminar con todo. Lo que pasa es que tengo suficientes lecturas para
saber que la muerte de un tipo de más de cincuenta años no les vale a los periodistas ni para dos
segundos en el telediario. ¿O Tú te imaginas a Sandra Golpe abriendo las
noticias de Antena 3 con el suicidio de un españolito? Piénsalo colega,
ni somos exóticos hombres que vienen de tierras lejanas, ni nos hemos cambiado
de sexo, ni pertenecemos a colectivo oficialmente discriminado. Somos varones
viejunos y nos odian a muerte. Si no nos gasean es porque no han encontrado todavía el encaje legal. Concedamos algo de tiempo al ministerio de Irene Montero.
Por tanto, la próxima vez que se te cruce por
la muerte la idea del suicidio, llámame. Puede que termines convenciéndome de
que es momento de marcharnos juntos de este asqueroso mundo. Pero al menos puedo prometerte que lo haremos a lo grande. ¿Qué te parece asaltar a mano armada la sede de la Cerveza Victoria para, después de atar con cuerdas a todo el personal, tirarnos de cabeza a un bidón gigante de birra y morir ahogados de felicidad?
Posdata: Ya
me cuentas.
¿Con
pastillas? Serás gilipollas.
Sergio Calle
Llorens