Ya les he dejado escrito en alguna ocasión que prisas, lo que
se dice prisas, yo no he tenido nunca. Empero, y a pesar de mi parsimonia,
suelo llegar puntual gracias a las zancadas que permiten mis
piernas. Desgraciadamente, no pude
arribar a tiempo a despedir a mis familiares cuando marcharon al otro barrio. Y
cuando pienso en ese luctuoso hecho la tristeza me embarga el alma. A veces, la diferencia en ganarle cinco
minutos a la dictadura del tiempo puede marcar el resto de nuestras vidas; un
encuentro casual para sentarse en el tren de la vida junto a una bella mujer que podría ser la
persona ideal que nos pintara la existencia en colorines o, compartir el resto del viaje con un
tipo pesado de Linares. Cuestión de segundos. Pero, como les digo, no me gusta correr y ni siquiera
estoy seguro de que vaya a llegar a tiempo para que ustedes vengan a despedirme
cuando se cierre el telón. Y de eso quería
hablarles hoy, de que cierro el telón aquí aunque, no se asusten de momento, no sé si es
de forma definitiva.
Nunca me gustaron las despedidas porque uno no sabe lo que
debe decir o como actuar. Además, no sé si esto es un adiós o un hasta luego porque no soy dueño de mi propio destino y porque, también he de decirlo, estoy enfermo y no puedo seguir el ritmo. Dejaré, por tanto, que la maquina siga presentando mis textos en las redes sociales para no irme dando un portazo. Me guardo, faltaría más, una bomba final que voy a dejar caer sobre el enemigo. Sin prisa, ya saben, pero sin pausa. Ese enemigo que, con toda seguridad, hará suya la frase del Conde Von Moltke; "El primer contacto con el enemigo deja todos los planes obsoletos". Cuidado.
No quiero que nadie piense que esta despedida es arriar la bandera, ni mucho menos, sino una partida hacia mi Isla de los Naufragios para tomar quizá refugio definitivo. Aquí, les dejo parte de mi alma, torpemente atrapada en unas letras pero mi barco, como no podía ser de otra manera, ha de terminar destrozado por las olas bravías. No encuentro mejor final para un hombre con alma de marinero.
Tampoco quiero dejar la oportunidad para disculparme con todos aquellos a los que he podido ofender con mis textos pero escribir sobre aquellos que has conocido es, en realidad, como hablar de un encuentro amoroso en la que puedes dejar mal a una segunda parte, y si es una orgía a la vecina del cuarto. De todas maneras, les pido perdón. En mi descarga, añadir que hay escenas que no pueden relatarse sin lesionar a terceros aunque en el fondo lo que hay es muy poco sentido del humor.
Al mismo tiempo, quiero agradecerles de corazón a todos los que han tenido la infinita paciencia de leerme en varias lenguas porque, como saben, mis textos no merecían semejante atención. Han sido todos excesivamente generosos conmigo al no elegir nunca el camino del rigor y siempre el de la clemencia.
Fue, aunque no siempre, un verdadero placer escribir sobre la forma en la que me enamoraba del movimiento que hacían los tacones de una mujer dejando un rumor trémulo en sus caderas. Fue, también, un corpóreo engorro relatar las múltiples caras de una Andalucía atrasada y enferma. Fue, por supuesto, un drama escribir sobre España. Ese país sin solución alguna en el que Jordi Évole pasa por ser un referente cultural.
En el momento de la despedida espero que estas páginas hayan servido, al menos, para que algunos superen las divisiones binarias de buenos-malos-izquierda- derecha porque el mundo es un sitio mucho más complejo y con muchas aristas. Y ahora, si me lo permiten, me esperan unas millas de navegación antes de que mi barco se convierta en un pecio para siempre. Recuerden que desde allí abajo, les estaré observando.
Un abrazo y hasta siempre
Sergio Calle Llorens
Al mismo tiempo, quiero agradecerles de corazón a todos los que han tenido la infinita paciencia de leerme en varias lenguas porque, como saben, mis textos no merecían semejante atención. Han sido todos excesivamente generosos conmigo al no elegir nunca el camino del rigor y siempre el de la clemencia.
Fue, aunque no siempre, un verdadero placer escribir sobre la forma en la que me enamoraba del movimiento que hacían los tacones de una mujer dejando un rumor trémulo en sus caderas. Fue, también, un corpóreo engorro relatar las múltiples caras de una Andalucía atrasada y enferma. Fue, por supuesto, un drama escribir sobre España. Ese país sin solución alguna en el que Jordi Évole pasa por ser un referente cultural.
En el momento de la despedida espero que estas páginas hayan servido, al menos, para que algunos superen las divisiones binarias de buenos-malos-izquierda- derecha porque el mundo es un sitio mucho más complejo y con muchas aristas. Y ahora, si me lo permiten, me esperan unas millas de navegación antes de que mi barco se convierta en un pecio para siempre. Recuerden que desde allí abajo, les estaré observando.
Un abrazo y hasta siempre
Sergio Calle Llorens