Cuando una leyenda es tan bella para convertirse en realidad
tangible, lo mejor es considerarla como la esencia misma de la realidad misma.
Como la Epifanía. Lástima que no lo
sepa esa vieja cascarrabias que transformó
la cabalgata de Reyes en una representación de los siete jinetes del
Apocalipsis. Uno de los suyos llegó incluso a soltar un discurso sobre la
guerra en Siria. Todo muy apropiado
para la mente infantil ávida de magia.
Fiestas hay muchas. Diría que demasiadas. La Navidad es la que más me agrada de
todas a pesar de los huecos que van dejando los seres queridos que se fueron.
Especialmente porque los avaros en estas fechas lo pasan fatal y no tienen
manera de escapar al consumismo reinante. Es divertido verles resoplar cuando
se dan cuenta del precio de aquellos presentes que quieren regalar a sus seres
queridos. Las que menos me gustan son el
Carnaval y el Rocío. En la primera porque el pueblo suele demostrar lo
zafio e inculto que es. La segunda porque que haya miles de mujeres atravesando
un parque natural sin tener contacto con el agua solo puede ser conocida por un
nombre; la Ruta del Bakalao.
Aunque no lo parezca, el tema de las fiestas tiene sus pelendengues.
Especialmente para aquellos que no pueden abstraerse del mundanal ruido de una
música estridente. Pobres vecinos piensa uno mientras ve avanzar una charanga
entonando el Paquito el Chocolatero.
Hay cosas peores como esa manía tan valenciana de celebrarlo todo a ritmo de
petardo y cohete.
Pudiera ser que todos
nuestros esquemas intelectuales obedecieran a la ley de la pereza. Sin
embargo, en cuanto ideamos una fiesta, nuestras mentes diabólicas comienzan a
planificar concienzudamente la manera de dar por saco a nuestros conciudadanos.
Ni holgazanería ni nada. Todo, absolutamente todo, queda dispuesto en nuestro
mapa mental para destrozar el descanso de todos los habitantes del barrio,
pueblo o ciudad donde nos encontremos. Por pasarlo bien, somos capaces de
ponernos un lindo florero de sombrero o de usarlo para miccionar. La cosa es divertirse y las horas que haya
echado la anciana o señorita en el cuidado de las flores que allí se
encontraban, nos importan menos que las últimas declaraciones del Alcalde de Serrato.
Al margen de mi querencia por la Navidad, me gustan las celebraciones junto al mediterráneo como la Virgen del Carmen patrona de los marineros y pescadores. Esas
barcas prendidas de luces en las noches de verano. Uno queda absorto largo
rato del maravilloso espectáculo con los remos hacia arriba escuchando esa Salve Marinera. Empero, no hay mejor
fiesta que la contemplación de la patria salada en esos atardeceres rojos que
pasan al rosa con unas aguas azules y turquesas. Una celebración silenciosa junto al rompeolas.
Un festival que queda grabado en la retina de la memoria. Un recuerdo al que
volver cuando estamos lejos o las cosas se tuercen. Mi fiesta.
Sergio Calle Llorens
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