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martes, 15 de septiembre de 2015

SEPTIEMBRE

Me puede fallar todo en la vida pero jamás la otoñada. Es la época del año en la que los cielos se oscurecen y comienzan, o eso me parece, las lluvias. Con el otoño se caen las hojas de los árboles dejando sus ramas más desnudas que a las mujeres a orillas del mediterráneo. Época de reflexiones. Tiempo para apilar leña y comenzar a cavilar de verdad.   La otoñada como heraldo de la estación más fría que viene detrás. Obviamente no a todos les gusta esos tres meses que la componen. Tengo a un familiar, algo cerrado de mollera, cuyos ademanes me convencen de que no saldrá del armario porque, aunque fuera gay, no podría haber entrado en el ropero por el tamaño de su cabeza. Algo tan impresionante que se le considera el Cónsul Honorario de la Isla de Pascua en España- y eso que esa porción de tierra pertenece a Chile-  A él tampoco le agrada caminar por los bosques en la otoñada ni, mucho menos, andar detrás de las setas que salen con las primeras lluvias. Como vemos, el tamaño nunca va en consonancia con la inteligencia; miren a Manuel Chaves.

Tampoco me falla nunca septiembre. Es un mes que  deja unas playas más solitarias. Momento ideal para hacer de pez. Los baños de septiembre son recomendados por los más prestigiosos galenos. Estos simpáticos doctores afirman que las aguas del mediterráneo en el noveno mes del año nos inmunizan de todas las enfermedades. Un servidor lleva a raja tabla la recomendación desde que volví de Londres y, desde entonces ni un simple resfriado.  Suelo caminar hasta La Playa de los Rubios para caminar sobre una fina arena y unas aguas querenciosas a primera hora de la tarde. Incluso en los días de fuerte oleaje, busco la soledad en esas playas. A veces, me topo con una muchachada que cabalga sobre las olas Es realmente un espectáculo verlos navegar cuan jábega cualquiera por las olas rizadas. Y en septiembre, parece que la elevación de las mismas atrae a surferos dispuestos a no dejar pasar ni una ondanada.  Tampoco dejan pasar la ocasión del suicidio esos temerarios que siguen corriendo a todas las horas del día, vaya usted a saber por qué. Yo les dejo pasar en busca de mi playa no vaya a ser que se me peguen la chalaura de las prisas.

Septiembre y la otoñada para abrir boca del gran invierno que me espera. Y es que no hay nada mejor que alejarse de esas tórridas temperaturas del estío que han derretido los pocos sesos que guardaban los lugareños. Gente que, dicho sea de paso, ha sufrido más muertes que nunca por ahogamiento este verano. Al menos eso dicen aquellos que  guardan registros de esos hechos tan luctuosos. A un servidor el asunto le provoca cierta extrañeza. Después de todo, es en verano donde tenemos muchos socorristas previniendo accidentes. Empero, nada se puede hacer para convencer a los de Jaén o Cincinnati sobre la peligrosidad del mar. Solo en septiembre bajan los ahogamientos y, supongo algo tiene que ver con el hecho de que los socorristas ya no tienen que aguantar a esos temerarios domingueros.

Creo que lo único que voy a echar de menos de este terrible verano es al barquito de la Axarquía- Costa del Sol que limpia el agua. Y es que me he acostumbrado a sus saludos entusiasmados cada vez que me veía retozando en el agua tan de mañana. Solía aparecer como una nave fantasma sin hacer casi ruido y parecía mirarme sorprendido por verme una mañana tras otra, aunque bien pensado tal vez lo que le entusiasmaba tanto era contemplar a esa bella nórdica que se movía en el agua como una sirena.
 
En cualquier caso se acerca el otoño y yo sigo en remojo en el mediterráneo. Me pregunto cómo se puede vivir en las ciudades sin mar.  Tal vez encuentre la solución al enigma en la próxima otoñada comiendo gazpachuelo o apilando leña.


Sergio Calle Llorens

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