Andaba yo abstraído en una vieja librería londinense buscando textos prohibidos cuando
sonó una tonada que se convertiría en parte de la banda sonora de mi
existencia. La cantaba
Sharleen Spiteri, la líder de la banda alternativa de Rock llamada Texas, que me
arañaba el corazón con esta letra; “Twenty seconds on the back time, I feel
you`re on the run, never lived too long to make right, I see you`re doing fine”.
Aquella primera estrofa me conquistó de tal manera que incluso hoy
cualquier canción de la formación escocesa me hacen recordar mis tiempos en
Londres. Una época que yo, iluso de mí, todavía iba de victoria en victoria y
tiro porque me toca hasta que, como suele ocurrir, me tocó perder y perderme en
las brumas de esa mágica ciudad. Queensway, después de todo, era el barrio en
el que yo soñar con un mundo mejor que nunca arribaba a la orilla de ese mar que también describe el maestro Alcántara;
Él no se puede morir
Se quedará navegando
Cuando no haya nadie aquí
Que no, que el mar no se muere
Que no se puede morir
Seguirá que va y que viene
Yendo y volviendo a venir
Cualquiera sabe hasta cuando
Hasta que encuentre por fin
La playa que está buscando
Navegaba esa voz poderosa acompañando a este servidor por las arterías de un lugar que, dicen, jamás supo de mi
existencia. Esas pintas de entonces que, a pesar de los pesares, me saludaban
por mi nombre. Ha llovido desde entonces
y de Texas me queda un ligero recuerdo de algún concierto en acústico para
mojar pan. Su voz sigue siendo como la sal de mi mar que acompaña todas mis
penalidades hasta convertirlas en un dulce casero y tierno.
La segunda voz pertenece a la irlandesa Imelda May que
creció en la zona de Liberties de Dublín. Allí comenzó a tontear con el Rock
and Roll de Buddy Holly y Eddie Cochran. Una mujer que limita al norte con
Elvis y al sur con Memphis. Cuenta la leyenda que su padre,
al verla destrozada por una ruptura sentimental, le dijo perfecto “si estás rota, entonces ya estás lista para cantar Blues”. Y es que no hay nada como el dolor para cantar la pena honda.
Imelda, en cualquier caso, es la mujer cuyas tonalidades vocales y presencia en
el escenario me conducen a algo parecido a un orgasmo. Un derroche de energía tan
poderoso que me sería imposible pasar un solo día sin escuchar su “Pull the rug”
o esa versión “Dreaming” de Blondie.
Si la escocesa me retrotrae a Londres, Imelda, curiosamente,
me transporta a la alegre Dublín con su oscuro Liffey y sus clubes
alternativos. La ciudad irlandesa es, después de todo, una especie de tótem al
que agarrarme cuando mi barca se hunde. Voces de un pasado a las que no
renuncio en el presente si es que quiero tener futuro en ese azaroso mar que es la vida.
Sergio Calle Llorens
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