Soy de los que piensa que cualquier persona que quiera
dedicarse al cine solo ha de estudiar las películas de Hitchcock. Ese maestro
que jamás estropeaba una escena con diálogos absurdos salvo en caso de extrema necesidad. En Vértigo, por ejemplo, la narración gira en torno a la esposa- Kim
Novak- de un amigo que parece vivir una doble vida, invadida en
su mitad ausente por un fantasma, una antepasada de nombre Carlota Valdés.
Scottie- James Stewart- comienza a seguirla por las calles de San Francisco
mostrando al espectador una urbe desconocida con sus edificios victorianos y
sus iglesias de estilo neogótico. Es un
recorrido mágico en el que el detective cae rendido bajo el hechizo mágico de
esa rubia sofisticada y misteriosa. Es un cuadro dentro de un cuadro en la que,
San Francisco, que también murió y renació de sus cenizas, se presenta más
mágica que nunca. Una narración bañada por un mar de suspense. Destacaría la
cámara del cineasta solo se detiene en lugares como las Puertas del Pasado, del
Golden State Park, la Misión Dolores y su cementerio. Y todo sin una palabra
que desluzca una historia ciertamente compleja. Secuencias marcadas por un ambiente de
irrealidad onírica.
Como al protagonista de Vértigo, el seguimiento a la dama,
en mi caso es Málaga, causa una honda repercusión en el alma, contando en
silencio las emociones cambiantes que se van produciendo en nosotros. Por un lado, nos sentimos atraídos por esa
mujer, especialmente en la personalidad tenebrosa e inalcanzable y, por otro,
tratamos de mantenernos fieles al compromiso contraído con un amigo para
protegerla aunque parezca una locura. Málaga,
como ocurre con Madeleine, no existe o, al menos como yo la había idealizado.
Esa señora que, lejos de ser inocente, es parte de una conspiración criminal.
Scottie sufre ese “amour fou” cuyo seguimiento de un misterio le trae
inexplicables consecuencias. Por eso, el final
inevitable es que Madeleine termine
arrojándose al vacío desde esa torre del campanario. Luego vuelve de la muerte,
como le pasó a la capital de la Costa del Sol al unirse a Andalucía, bajo otro
nombre y otra apariencia pero, como todos saben, el destino es
inaplazable. En verdad, resulta
imposible ser el Pigmalión de unas muchachas que no quieren ser salvadas de
nada. Madeleine muere como una vulgar
Judy y, Málaga perece como una ramera andaluza a la que no le importa ni que la
continuación de las líneas de metro vaya a ser concluido en 2020, ni que se
vaya a construir un nuevo hospital en la provincia antes del 2025. Al final, todo es un macabro sueño por el que
hemos sufrido sin necesidad. Y es que no hay nada peor que haber perdido a una
mujer de la que estabas enamorado y que nunca existió. Tengo vértigo, mucho
vértigo.
Sergio Calle Llorens
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