Tenía una familiar algo excéntrico que cada mañana tenía la
sana costumbre de escuchar las necrológicas en la cama. Sólo cuando se
aseguraba que no estaba entre ellas, se decidía a levantarse. Cuenta la
historia, o más bien otro pariente, que un día tras oír su nombre en la
lista de finados, decidió marcharse al otro barrio silbando una melodía.
Mi vinculado tuvo una vida de placeres y éxitos. La clave,
aseguran algunos, estaba en que jamás tuvo prisa por llegar a ningún sitio. Para
él, el pasado no existía y el futuro mucho menos. Lo suyo era un disfrute del
momento. Un deleite de cada segundo presente. Ni planes, ni agobios, ni mucho
menos pensamientos negativos. Tuvo una existencia tan larga que la primera vez
que conoció moza, el mar muerto estaba lleno de vida. Según él mismo nos confesó,
ocurrió con una vecina que, ojo al dato,
tenía una vagina tan grande que cuando entró en ella se produjo un eco
infinito.
Tenía mi semejante una larga lista de conquistas vitales. Entre
ellas destacaría el hecho incuestionable que nunca sufría más de lo necesario.
No le preocupaba nada de nada. Además encontraba placer en las cosas más
insospechadas. Abría el grifo del agua, se echaba jabón en las manos y el
sonido del líquido en sus manos le producía un placer mayúsculo. Por no hablar
de la visión del amanecer, o la contemplación de una tormenta con su celestial
pirotecnia. Aseguraba que esas cosas le
hacían ser un hombre creativo y dichoso. Afirmaba muy ufano que la mayoría de
los científicos no eran creativos, y no porque no supieran como pensar sino
porque desconocían la forma de dejar de hacerlo. En otras palabras, que no se
relajaban nunca y así, obviamente, era imposible. Por supuesto, él mismo se
consideraba miembro de la cofradía de los poetas ilustres. Escribía mucho pero
sus cuartetas sufrían de anemia aunque, justo es reconocer, que nos dejó alguna
cosilla potable.
Mi familiar también poseía una extraña habilidad para evitar
a esos seres negativos que se quejan permanentemente de todo. Criaturas que
disfrutan sintiéndose miserables. Tenía la excusa perfecta, la puerta de escape
preparada y así no tuvieron jamás manera de pillarlo. Corría más que nadie, y
era más listo que todos los quejicas del universo.
Carpe Diem era su lema vital y no dejaba que nada, ni nadie,
le apartara de su paraíso particular. Experto
alquímico que trasmutaba la pena en alegría y se acercaba a la vida con esmero.
Sufista empedernido por ser hijo amante del tiempo presente. Compartía con el
gran poeta Rumi aquello de que “el pasado y el futuro nos impiden ver a Dios y
que había que quemarlos con fuego para ver su rostro. El tiempo es lo que dificulta que la luz nos
alcance porque no hay mayor obstáculo hacia el todopoderoso que el tiempo.
Él escapó de todo aquello y se bebió la vida como uno
degusta una rubia junto al mediterráneo. Aprendí de él que escaparnos del
presente supone la muerte. Como todos los grandes maestros espirituales
destacaba que el ahora era la llave para ascender a una dimensión espiritual
superior. El elixir de la vida es el ahora y nunca el pasado, y jamás el
futuro. Tan fácil de explicar. Tan difícil de aceptar. En esta noche de verano tan exquisita brindo, y no me rindo, por la sapiencia que nos legó.
Sergio Calle Llorens