No concibo la vida sin el trabajo. No entiendo la existencia
sin el dolor. No imagino andar por el mundo sin mi espada. Prefiero la pelea a
bajar la cabeza y, cuando arriba la derrota me marcho a casa a limpiarme las
heridas. Esta actitud existencial me permite dormir a pierna suelta. Sé en mi
fuero interno que lo he dado todo. Me dejo la piel en cada minuto. Perder es no
intentarlo. Fallecer es no vislumbrar un futuro mejor lejos de la patética
Andalucía y sus patanes dirigentes.
Mi semana ha sido dura, durísima, pero al fin ha llegado la
hora del descanso. Puedo sentarme en una terraza junto al mediterráneo a degustar una cerveza fría.
Una vez cumplida con la misión, las rubias saben mejor y los atardeceres rojos
adquieren su verdadero sentido. He trabajado más de 15 horas diarias. He sudado
la camiseta y he enseñado los dientes. Pienso en Rafael Nadal cuando tras ganar
su noveno Roland Garros confesaba que estuvo a punto de llamar a una
ambulancia. Sentía que, de alguna manera, se moría. El mallorquín que no tiene
nada que demostrar prefirió seguir luchando para llevarse un partido durísimo. Luego vino lo del himno y sus lloros. Al respecto sólo se puede decir que un hombre puede llorar porque las lágrimas pueden apagar cualquier fuego
enemigo. La llama de la españolidad explica esa forma de comportarse.
Ser español no es una excusa sino una responsabilidad.
Apretar los dientes y no darse jamás por vencidos. Ser español es dejar atrás
las locuras de nacionalistas trasnochados. Ser español es abandonar la estupidez
andaluza de la alergia al trabajo. En definitiva, ser español es pelear hasta
la última gota de sangre y, una vez derrotado, aceptar el destino y dar la mano
al adversario hasta la próxima vez, porque siempre hay una próxima vez.
Desgraciadamente hoy ser español se ha convertido en una
pléyade de despropósitos. En el cine, por usar un ejemplo sangrante, se prefiere hacer películas
de perritos amaestrados que de personajes como Bernardo de Gálvez o Blas de
Lezo. Tal es el complejo y la estupidez de gran parte de nuestros nacionales. Para hacer algo
grande, hay que pensar en grandioso. Apostar por los sueños porque
el destino no hace visitas a domicilio, ni las hará jamás. Ser español es salir al mundo a asaltar naves
ajenas armados hasta los dientes. No nos darán tregua jamás.
España sólo podrá salvarse si comenzamos a actuar con una
profunda ambición. Como la de esos Puertorriqueños pidiendo que su país vuelva
a reintegrarse en España, su verdadera patria. Quieren retornar a ser lo que
siempre fueron; españoles en el caribe. El trabajo duro es lo que
nos devolverá al lugar que nos tiene reservada la historia. Bien lo saben
ellos, y bien lo sabemos algunos a esta parte del gran océano que, por cierto,
llamamos charco. Cuestión de mirar al mundo con la mirada correcta.
España no es una nación cualquiera. Sin ella no se entiende
la historia del mundo. La antigua Sefarad es un puente al mundo judío. Un trozo
de tierra americana en Europa. Un aliento de Celtiberia en America. Una nación
con vínculos con naciones asiáticas. Depende de nosotros devolverle el esplendor
pretérito y, para ello, no hay otro camino; trabajar, trabajar, trabajar.
Sergio Calle Llorens
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