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jueves, 19 de junio de 2014

BUSCANDO LA MELODÍA


El tiempo pasa despacio con una imperceptible desazón. Afortunadamente el rumor sordo del riachuelo, lejano y presente, saltando por encima de las piedras, pone el punto de placidez a mi escarpado espíritu. Camino en busca de la melodía que hoy me es esquiva aunque mis labios lo intentan. Como en el tema de la lógica el sur no ha tenido mucha suerte, me adentro en el bosque dispuesto a encontrar algo de sensatez a los desvaríos meridionales. Huyo de todos.

Desde mi atalaya compruebo que el mar disfruta de unos azules fugitivo, aguas verdes y rosados endebles. Le miro a los ojos que es la mejor de las literaturas, y con esa visión, me adentro de nuevo en la arboleda. La paz del valle cubierta por una niebla melancólica y viscosa que no ayuda mucho a mi espíritu. No tengo el cuerpo para requiebros ni encuentros furtivos por lo que camino atento a presencias extrañas. Los olores embriagantes del campo me curan el ánimo.

Anochece y las formas de las cosas parecen adormecerse en la vaguedad querenciosa del crepúsculo. La foresta está inundada de cantos de pájaros que se afanan en comer antes de volver al nido. Un mochuelo, en cambio, me mira divertido desde lo alto de un pino carrasco. No descarto que se esté cachondeando de un servidor. Los animales no parecen compartir esa absurda obsesión de hablar con los primates, así que levanta el vuelo y se marcha.

Tal vez me falte voluntad o me sobre vicio, pero lo de andar alejado de todo es un placer inigualable. Yo no podría saber muy bien por qué pero cuidar de las estrellas se me da razonablemente bien. Diría que muy bien. Nadie me paga por ello. Ningún alma me pide nada a cambio pero, la visión de esas hermanas que brillan en la bóveda celestial es el mejor de los regalos. Es un buen trueque, creo.

Camino entre luces que se apagan y se encienden en la lontananza. Sigo buscando la melodía. Puedo parecer borracho pero no me he perdido, simplemente estoy embriagado de tanta belleza y soy incapaz de aprovecharla. Las musas deben de estar de vacaciones. Me pego a los árboles. Me empapo de ellos pero todo es en vano. Abro una botella de cerveza en la oscuridad. La degusto lentamente y dejo, lentamente, que los grillos me enseñan a cantar de madrugada la melodía de los hombres tristes. Me queda un trecho para volver a mi faro de madrugada. Las tinieblas me atrapan. Al fin.


Sergio Calle Llorens

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