El uso del
catalán como lengua de uso social registra mínimos históricos. Así lo demuestra
una encuesta realizada por el Ayuntamiento de Barcelona. Los datos obtenidos
indican que sólo el 37% de las personas declaran tenerlo como lengua habitual
en su día a día. También en las otras provincias el catalán se habla muy poco.
Por ello, cuando los nietos de los catalanes de hoy pregunten sobre el origen
de la desaparición de una de sus lenguas tendremos que contar la verdad.
El catalán se murió porque los catalanes eligieron mayoritariamente a una pandilla de palurdos que odiaban España con tanta fuerza que no se dieron cuenta de que trayendo una población islámica a la región los independistas la cosa no mejoraría sino todo lo contrario. Foráneos a los que se regó con subvenciones sin entender que un argelino, un marroquí y un colombiano terminan hablando español en el recreo del colegio.
El catalán falleció
porque los catalanes se decantaron en masa por patanes como Jonqueras,
Puigdemont, Montilla o Rufián. Éste último habla la lengua de Verdaguer
como una vaca austriaca tan borracha como el gusano del tequila.
El catalán
pereció porque esos
catalanes gritaban els carrers serán sempre nostres mientras dejaban que
la morería se adueñase de todo para imponer su falta de decoro y sus estrambóticas
ideas que siempre terminan en fracaso.
El
catalán dejó de hablarse
porque desde la muerte de Josep Pla los escritores de esa lengua ni sabían
escribir ni tenían nada que contarle al mundo civilizado.
El
catalán fue enterrado
porque el odio por el contrario nunca supera al amor por todo aquello que nos
unía y nos une como españoles.
El catalán feneció porque se gastaron el dinero del contribuyente en falsas embajadas en el extranjero y no en expertos en educación cuando Cataluña tiene la misma relevancia internacional que la Diputación de Jaén. Por no hablar del dinero que se llevaron y se siguen llevando los ex presidentes de la región a cual más nefasto.
Sí, queridos
niños, el catalán se fue al otro barrio porque todos los planes para fomentar su uso salieron
de la mente de comités de expertos tipo Salvador Illa. Ese político de
tercera categoría que siendo filósofo tuvo los santos collons de tomar
decisiones en materia sanitaria en medio de la peor de las pandemias. El resto
es historia.
¡Descanse en
paz el catalán en el cementerio de las lenguas olvidadas!
Sergio Calle Llorens