Camino por
la playa hasta encontrar un punto interesante para colocar mis bártulos. Se
cruza una mujer de ojos dulces, pelo castaño y con unos labios que dan la
impresión de haber olvidado la sonrisa. Poco a poco la dama, que debe de
tener unas treinta primaveras, se aleja al tiempo que se acerca la noche y, con
ella, arriba la luna llena que esta vez han bautizado de fresa. Tengo entendido
que el singular nombre se debe a que coincide en el tiempo con la recogida de
esa deliciosa fruta que yo uso para hacer compota en casa. Hoy necesito los
rayos de Noctiluca. La diosa fenicia que etimológicamente significa que brilla
en la noche. La deidad también es conocida popularmente como chispa de mar-
Noctiluca Scintilans- unas algas
que, según un estudio emite una luz por un sistema de luciferina, la cual
reacciona con el oxígeno y provoca un destello de fluorescencia azul
especialmente durante la noche, cuando se produce un movimiento o vibración en
la superficie por el paso de un barco. El resultado es fascinante; una estela
que servía a los marineros para navegar sin problema. Los fenicios estaban
convencidos que esta estela del mar la provocaba la Diosa Noctiluca. Muchos
siglos después la responsable de proteger a los hombres de la mar es la Virgen
del Carmen cuya representación pictórica siempre recoge esa Stella Maris.
Como ven a los fenicios no sólo les debemos el nombre de nuestro continente o
la invención del alfabeto, sino muchas otras cosas que han ido calando en
poblaciones del Mediterráneo fundadas por ellos: Málaga, Ibiza, Palermo,
Sicilia o Cerdeña. Es evidente que
el espíritu fenicio de los señores del Mediterráneo no murió con la
caída de Fenicia, sino que continuó con Cartago que mantuvo el espíritu
fenicio durante varios siglos más. De
hecho, no hay barrio marinero de la región malagueña que no tenga un mosaico
con la Virgen del Carmen que los lugareños sacan en procesión cada 16 de
julio. Como todavía no ha llegado
esa fecha, un servidor, por si las moscas, ha presentado sus respetos a Malac,
como era llamada por los fenicios, y luego he ido a la hornacina de la Virgen
del Carmen para pedirles protección.
Se cree que Malac era llevada en procesión y sumergida en las
aguas del mar para que proporcionara buena pesca a los pescadores, lo cual
supone un claro ejemplo de sincretismo con algunas tradiciones actuales
relacionadas con la Virgen del Carmen.
Yo, que no soy nada supersticioso como puede leerse en estas líneas, soy
incapaz de no elevar un par de oraciones a ambas. Y antes de sumergirme en las aguas del Mediterráneo,
recuerdo que el poeta latino Festo Avieno, sitúa frente a la Cala del
Moral, una isla con un templo dedicado a Malac:
“Allí
frente a la ciudad, hay una isla de dominio de los Tartessos, consagrada desde
antiguo a Noctiluca”
De pronto
recuerdo que estoy en el mismo lugar en el que murió mi tío Pascual un día en
el que su ángel de la guarda estaba despistadillo y, sin pensármelo demasiado,
me zambullo en las aguas. El traje de
neopreno es mi salvaguarda para la primera impresión. Nado como si fuera un
pez, o eso pienso. El oleaje es suave y en pocos minutos me alejo lo suficiente
para contemplar unos fondos marinos iluminados por la luz de plata de nuestra
luna. La inmersión nocturna supone
una fascinante aventura hasta el punto de acelerarme. Y es que mi
corazón anda desbocado bajo el traje de buceo. Al igual que para abrirte
las puertas en la vida sólo hay que saber conjugar dos verbos: empujar y tirar,
en una inmersión hay que mantener la calma porque estamos ante un buceo muy
especial por la sencilla razón de que lo que uno se encuentra bajo el
Mediterráneo de noche es muy diferente de lo que estamos acostumbrados a ver de
día. La oscuridad de la noche nos permite apreciar los colores y las formas
desde una perspectiva diferente al no estar influenciado por la luz del astro
sol. El resultado es un despliegue de brillantes rojos, amarillos, rosas y
naranjas. Incluso los peces adquieren tonalidades más bellas. Sospecho que
incluso sin la ayuda de Noctiluca, la magia de este mundo secreto y oculto a la
gran mayoría de los mortales es embriagadora.
Sigo
buceando con un ojo en el oxígeno y con el otro en la bioluminisencia que es un
fenómeno que se produce cuando el plancton es movido en la oscuridad, haciendo
que emita la luz. Sólo hay que apagar la linterna y agitar el brazo en el agua.
El desenlace es un rastro de chispas que me emociona tanto como cuando vi el
salto aquel de la película Dirty Dancing.
De pronto veo aparecer un pulpo en mi retaguardia. El animal me detecta rápido. Parece confundido al
verme tras las gafas de buceo acercándome. Yo diría
que se encuentra hasta confundido. Parece preguntarse:
-
¿Qué
hace el merluzo este aquí?
El
molusco marino sin concha y de cabeza ovalada se pone literalmente de puntillas
para verme llegar mejor. Por un segundo me da por pensar que es una hembra cariñosa, pero aparto
ese pensamiento de mi cabeza. Después de
todo, los cefalópodos no son muy dados a los mimitos, pues es habitual que,
tras el sexo, la hembra se coma al macho.
Y aquí el único que debiera comerse al otro soy yo, a pesar de que un
reciente estudio revela que el hombre está al mismo nivel que la anchoa en la
cadena alimenticia. Curiosamente el
tiempo que duran mis tribulaciones el pulpo se mantiene erguido observándome
hasta que se aleja veloz. Yo también acelero la marcha pues me quedan apenas
diez minutos de buceo nocturno en los que me encuentro con todo tipo de peces.
Uno me llama mucho la atención pues tiene la misma cara que mi tía Encarnita.
Creo que es un salmonete que va junto a otros salmonetes tan divertidos como
ella. Finalmente salgo a la superficie y contemplo la luna iluminando la playa
en la que se alza la vieja torre vigía.
La magia continúa.
Sergio Calle
Llorens