Hay quien entiende el amor como una conversación de
sordomudos. Por eso cuando arriba el desamor muchos abrazan la religión de las
masas que, básicamente, es joder a la persona con la que se ha compartido lecho
y hasta la limpieza de la ducha. Se presenta entonces la factoría de brutalidades
y la reserva de antropoides, que se cree
moderna, hace sonar tambores de guerra. Un
triste espectáculo conocido como divorcio.
Lógicamente para divorciarse hay que casarse primero. Lo
singular es que la gente se siga esposando a pesar de que las estadísticas muestran que todo suele acabar como el rosario de la Aurora. Curiosamente la comunidad homosexual, a
la que hasta hace muy poco tenía por inteligente, ha mostrado tan poca fe en la
propia mercancía que han acabado comprando la heterosexual que si bien no es competencia
tampoco es muy competente. Y todo por unos derechos mal entendidos que culminan con la suegra en
la cena de Nochebuena.
Supongo que el matrimonio nació para obligar al hombre en la
crianza de los hijos tras cansarse de la
mecánica copulativa. Los efectos son terminales para el amor aunque ayude,
y en muchos casos, a terminar la
educación de los retoños. De tal forma que en todas las generaciones nos
encontramos con una gran cantidad de incautos dispuestos a pasar por el rito
del desposorio. Ahora, por cierto, se ha puesto muy de moda pedir la mano en
espectáculos públicos que por alguna razón desconocida conmueve a todos. Eso si
la novia dice que sí. Entonces al novio le entra una especie de vanidad de macho
parecida al de los hombres que se visten de lagarteranas en las carrozas del orgullo gay.
Es evidente que tras la zanahoria del amor llega el garrote
de la rutina. Es diáfano que la pasión esa que mostraba James Stewart besando a Kim Novak en Tristán e Isolda se apaga de
tanta usarla. Y entonces aquella absurda idea del himeneo le hace sentir como
aquel condenado camino del patíbulo. Por eso el divorcio, si una jueza lo
permite, puede ser la oportunidad que usted lleva esperando tanto tiempo. La
disolución del contrato es, queridos amigos, la solución.
Sergio Calle Llorens
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