Hay casas encantadas
y viviendas disgustadas de conocer a sus inquilinos. El caso del apartamento
donde ocurrieron los hechos que les voy a relatar a continuación entra en ambas
categorías. Una experiencia regada de imágenes paranormales. Un hombre que se
ve de pronto en la piel de un asesino. Un trance que ha dejado una huella
imborrable en el ático de la memoria de la pareja malagueña que decidió
alquilar un apartamento, muy a su pesar, en la barriada malagueña de El Palo. Se trata de la última planta del número 45 de
la Carretera de Almería, junto al edificio Bahía. Domicilio que ya es conocido
como el Amityville de Málaga.
Primera Noche
La noche se adentra en la madrugada cuando la pareja decide
irse a dormir tras una agotadora jornada de trabajo. Todavía quedan algunas
cajas sin abrir en el salón de la vivienda. El silencio es absoluto y nada
parece presagiar el sueño de terror que acompañará a Adrián mientras viva; a su
mente acuden imágenes de un hombre con un cuchillo en la mano. Parece buscar a
alguien con la intención de quitarle la vida. De pronto puede verse claramente
en la pesadilla; el individuo que porta el arma es él. Su rostro es tan nítido
como los atardeceres cárdenos del mediterráneo que, por otra parte, se
encuentra a dos cañas del dormitorio donde debían descansar los novios.
Cristina no tarda mucho en percatarse de que algo va rematadamente mal; primero
la respiración acelerada y luego los gritos de pavor de su enamorado. Él no es
un tipo que se asuste con facilidad y menos de una pesadilla. Confiesa que la
primera vez que lo vio, marchaba orgulloso
y valiente como un Caballero Confederado. Un hombre bragado en mil
batallas y no un ratoncito asustado por un delirio nocturno. Pero por más que intenta
despertarlo, no puede. Adrián sigue sumido en un océano de zonas foscas en las
que busca a su víctima para hincarle el arma blanca en la noche oscura.
Cristina pasa del miedo al pánico y, sin pensarlo demasiado, dirige dos bofetadas
al rostro de Adrián. Éste, aterrorizado y empapado de sudor, despierta para
confesarle lo siguiente:
“Yo quería matar a dos personas en este apartamento pero ellos corrían.
Luego les clavaba un cuchillo y había sangre por todas partes”
Tras abrazarle en un vano intento de consolare, va a la
cocina en busca de un poco de agua. Al encender la luz, siente que alguien la
está observando. Tonterías, piensa, después de todo es la primera noche en un
apartamento que no conoce. Percibe algo a su espalda, se da la vuelta y ve una
sombra que le hiela el alma. Por un instante parece que el corazón le va a
estallar en el pecho. Duda unos segundos bajo el quicio de la puerta de la
cocina. Prende la luz del salón y la de la entrada. Teme que en la casa haya
alguien más. Pero allí no hay nada, al menos no hay nada que pueda ser
considerado de este mundo. Se gira de nuevo dejando escapar un gritito porque alguien
ha apagado la luz de la cocina. Tal vez se haya fundido, sin más, intenta
convencerse. Vuelve a prenderla y sin dudarlo más de lo necesario, toma la
botella de agua mineral y corre en dirección al dormitorio. Allí Adrián se
encuentra al borde de un ataque de pánico. Siente que le falta el aire y un
intenso dolor en el pecho le impide moverse en la cama. Cristina se teme lo
peor; un infarto. Le toma un pulso acelerado pero lejos del ataque de
miocardio. Se serenan ambos y poco a poco la madrugada, o lo que queda de ella,
va volviendo a la normalidad. Son las cinco y media de la mañana.
Segunda Noche
El quehacer de la segunda noche es tratar de entender lo acontecido
la alborada anterior. Lo de Adrián, para ella, solo pudo ser una pesadilla y el
dolor del pecho debe de ser el estrés
del trabajo. Nada más y nada menos. Lo
de Cristina, para él, puede ser explicado como una mala jugada de la
imaginación. Sea como fuere, terminan de cenar la merluza a la marinera antes
de pasar a colocar el contenido de las cajas dichosas que siguen esparcidas por
el salón. Finalmente deciden sacar a la mascota, un precioso conejo blanco, de
la jaula. Después de todo, al animalito le encanta pasear. Sin embargo, el
lagomorfo se niega a inspeccionar su nuevo territorio. Incluso cuando intentan
sacarlo de la jaula, chilla como si
temiera que le hicieran daño. Perplejos, deciden cerrar el calabozo del amigo
orejudo. Y mientras Adrián lava los
platos, Cristina comienza a cerrar todas las puertas de las habitaciones porque
siente que alguien los observa. Una sensación que se acrecienta con el
trascurso de las horas.
Reina la oscuridad y desde la cama ella observa una sombra
que se alarga en el pasillo. Luego escucha voces en el salón. Está paralizada
por el terror y de nuevo su novio comienza a tener un mal sueño. Lo llama a
gritos hasta que consigue despertarlo. Otra vez ese intenso dolor en el pecho.
Son las seis de la madrugada cuando todo vuelve a la normalidad, si es que
puede usarse ese término en el número 45 de la Carretera de Almería. Cristina
le cuenta lo de las sombras y una tiniebla de sospecha se cierne sobre la
pareja.
Tercera Noche
Es Cristina la que está preparando una ensalada malagueña
que va a acompañar con unos boquerones vitorianos. Adrián, por su parte, ha
comprado un vino blanco de uva atintada que degustan durante la cena. Hay
risas, confesiones y tranquilidad en una velada muy agradable hasta que llega
la hora de acostarse. Y es que junto a la cama del dormitorio aparece una
mancha bermeja que tratan de quitar, sin éxito,
con todos los productos que tienen a mano en la cocina. Tras varias
horas intentándolo, desisten. Están demasiado cansados y abrumados para
continuar. No tardan en caer en los brazos de Morfeo hasta que una conversación,
que llega desde el salón, les despierta. Suena un despertador sin pilas y
cuando encienden la luz se dan cuenta de que no tienen corriente eléctrica. De
nuevo ese sentimiento de inquietud, de sentirse observados por una fuerza
maligna. No tienen otra opción que llamar a las voces que todavía suenan en el
salón de la vivienda. Avanzan despacio. Él, delante, sosteniendo una linterna y
ella detrás sosteniéndose en su espalda. De pronto una figura fantasmal cruza
el salón. La puerta del dormitorio se cierra de golpe y ellos gritan a pleno
pulmón mientras las campanas de la iglesia de El Palo, que como todas las del
Mediterráneo tocan por el alma de los marineros muertos en alta mar, marcan las
cinco y
media de la madrugada.
Cuarta Noche
La pareja tiene los nervios destrozados por lo que deciden
cenar fuera antes de tornar a la casa que, lejos de ser un refugio, se ha convertido
en una amenaza. Es Cristina la que desliza la idea de abandonar el apartamento
donde ocurren fenómenos tan inexplicables. Una idea que visita su mente cuando
vuelve a ver aparecer la mancha junto a la cama. Mancha que ahora desprende un
olor nauseabundo. Se van turnando en el intento de eliminar la extraña
salpicadura del suelo que, incomprensiblemente, vuelve a aparecer como por arte
de magia. Agotada, Cristina decide darse una ducha caliente pero al salir
contempla espantada la imagen de un hombre que la contempla desde el otro lado
del espejo. Aúlla de puro pánico. Finalmente se abraza a su novio que la cubre
con un albornoz intentando comprender lo que acaba de ocurrir en el baño.
Entonces sueña el portero electrónico como un heraldo de malas noticias.
Contesta Adrián que ahora escucha la voz de una mujer:
·
¿Viven ustedes en esa casa?
·
Sí claro ¿quién es?
·
¿De alquiler?
·
Sí.
·
¿Y saben ustedes que ahí se cometió un crimen
recientemente?
·
¿Señora por favor de qué me habla?
·
Hace unos meses uno de los hombres que vivía en
esa casa mató a su madre y le quitó la vida a su hermano. Luego se suicidó
clavándose un cuchillo en el tórax.
·
¿Esto no será una broma verdad?
La misteriosa mujer corta la comunicación y, aunque Adrián
va en su búsqueda, todo es en vano. Nerviosos por la revelación, la pareja
decide abandonar el edificio y pasar la noche con unos familiares que viven
cerca de la Playa de la Caleta. A la mañana siguiente contactan con la
inmobiliaria de Rincón de la Victoria que les alquiló el inmueble. Le piden
explicaciones por no haberles informado del macabro asesinato que llevó a la
muerte a tres miembros de la misma familia en septiembre de 2016. Éstos, sin
inmutarse, responden que la ley no les obliga a informar a los nuevos inquilinos
de los sucesos luctuosos que se hayan producido con anterioridad a la toma de
posesión de una vivienda tales como; incendios con resultados de muertos,
violaciones, asesinatos o suicidios.
El Crimen
El hermano menor de 35 años acuchilló a su pariente de 38
años la noche de autos. Al parecer sufría problemas económicos aunque otras
fuentes de la investigación señalan que padecía esquizofrenia. Luego asesinó a
su madre de 59 años que era viuda. Lo más aterrador, al margen de las vidas
humanas perdidas, es el hecho de que el hermano superviviente recibió una
llamada en su móvil a las cinco de la madrugada- probablemente de su madre que agonizaba- de la que no fue consciente
hasta la mañana siguiente. La misma hora en la que Adrián y Cristina solían
despertarse en el dormitorio donde aparecieron los tres cadáveres. A día de
hoy, la pareja no ha querido volver a pisar el número 45 de La Carretera de
Almería dejando atrás muchos de los muebles y enseres que les pertenecen. Ni siquiera han podido recuperar su dinero.
Estamos ante un caso que ha sido bautizado por los lugareños
como El Amytiville de Málaga. La vivienda, a día de hoy, sigue a la espera de
que una nueva pareja de incautos entre por las puertas de la casa maldita. Un
punto negro más en la lista de lugares encantados de la Capital de la Costa del
Sol como el número 9 de Calle Císter donde se produjo el mayor caso de
Poltergeist de España- la Editorial Plaza
y Jané- el Cementerio Inglés con sus historias aterradoras, el Camposanto de San Miguel- donde se aparece el
fantasma de Jane Bowles en su aniversario- o el archiconocido Cortijo Jurado. Hay
quien dice que la lista comienza a ser tan larga como las madrugadas en el
número 45 de la Carretera de Almería.
Sergio Calle Llorens
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