Cuando ganó el Brexit una legión de perdedores pidió quitar el voto a los mayores de 80 años. Al
parecer, esa pandilla de desagradecidos olvidó que fue la generación de sus abuelos la que salvó a Gran
Bretaña de las zarpas de Hitler.
Cuando Trump salió victorioso de las
elecciones norteamericanas otra inmensa mayoría apuntó al “White Trash” como responsable del “desastre”, obviando al barroco Obama en todo momento.
Cuando la policía de ese inmenso chiste llamado Suecia deja de perseguir criminales de origen
musulmán- enfermos mentales para la prensa occidental- que se refugian en barrios como Rinkeby, me viene a la memoria la
cantidad de veces que sus autoridades no informaban de las violaciones de mujeres
occidentales y que, por cierto, solo se han atrevido a hacerlas públicas tras producirse hechos similares en otros puntos de la vieja Europa.
Cuando actores de Hollywood
defienden que existe una mayoría de musulmanes moderados en el mundo, mi
cerebro recuerda al Centro de
Estudios Árabes afirmando que los creyentes de esa religión quieren aplicar mayoritariamente la Sharia en sus territorios. Lo que incluye, por supuesto, la lapidación
de mujeres adúlteras. En esos momentos también aparece en mi mente la encuesta
realizada por Al- Jazeera mostrando a un 81% de sus televidentes- suníes en su mayoría- como seguidores del Estado Islámico. Y esas imágenes vienen
acompañadas de la banda sonora de Turquía- país con un 99% de practicantes
musulmanes- con abucheos y gritos de Ala
es grande la noche que se guardaba un minuto de silencio en un estadio de fútbol por las víctimas de Charlie Hebdo.
Cuando alguien me muestra la foto de un niño sirio ahogado en una playa mediterránea, además de
conmoverme, recuerdo que mis ojos nunca han visto, porque los medios
occidentales no los muestran, los cuerpos de los niños asesinados por ataques
suicidas islámicos no vaya a ser que la mayoría entienda que el Islám es una religión de guerra y
que vienen a por nosotros.
Cuando alguien afirma que la solución a los problemas en Europa es el populismo de la izquierda radical en sus diferentes
versiones nacionales, mis células grises parpadean provocando una inmensa
carcajada; y es que nadie, al menos con dos dedos de frente, quiere cambiar la cuisine franaçaise o la dieta mediterránea
por el menú bolivariano de Venezuela
que se compone, como Alberto Garzón no sabe, de los restos de la basura.
De todo lo expuesto llego a dos conclusiones; la primera es que hay que prestar más
atención a lo que se encuentra y menos a lo que se busca. Y aquí encontramos
una panoplia de soplas que vive en la más
absoluta de las inopias. La segunda, pero no menos importante, es que hay
tontos que siguen sin entender porque los listos no queremos aceptar sus
doctrinas totalitarias. Y cuando pasa eso, y nos insultan, sabemos que la
guerra volveremos a ganarla nosotros;
los amantes de la libertad.
Sergio Calle Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario