La historia de los hombres podría reducirse a un intento por
pasar por las armas a sus enemigos para, un cuarto de hora después, pasarse a
sus mujeres por el arco del triunfo. Lo comentaba con un amigo hasta que su
suegra hizo un par de observaciones
históricas discordantes. El asunto tiene sus agravantes y atenuantes. El caso
es que interrumpió una conversación formidable y, como suele ocurrir, las manos
del yerno ansiaron el cuello de su madre política. Una guipuzcoana que nunca me
perdonó una entrevista radiofónica. Aquella anécdota ocurrió hace ya muchas
lunas. Trabajaba yo en Marbella cuando un conocido me llamó para que yo hiciese
una demostración sobre el gaélico-irlandés. Yo, que necesitaba la pasta para
pasar unos días en compañía de unas gemelas finlandesas, no me negué y tanto me
vine arriba que terminé hablando Swahili, Navajo y hasta Vascuence sin tener,
ya les digo, ni idea de las tres últimas lenguas. En cualquier caso, fui capaz
de enlazar frases con las 45 palabras que conozco en Batua. Quede ese audio para la posteridad y para la
mala baba de la suegra de mi compinche.
Insisto; eran dos hermanas rubias de piernas interminables y
pechos generosos. Bellísimas y yo, en
aquellos tiempos, moría por hacer como El Molino con pases de mañana, tarde y
noche. Por disfrutarlas, hubiera hablado hasta la lengua de los ángeles . Fueron
cuatro días intensos en un apartamento junto al mar. Arriba y abajo, de un lado
y de otro. Reescribimos el Kamasutra. Aprendí también a decir no puedo más,
sigue y oh Dios mío en la parla finesa. Una lengua con la que se puede saborear muchas cosas. Siempre juntas y todos revueltos. Aún hoy me tiemblan las piernas
al recordar la fogosidad de esas criaturas. Curiosamente ayer recibí un mensaje
de las dos gemelas tras años sin saber de ellas. Fue a través del Facebook, ese
libro de caraduras que siempre muestran lo felices que están todas con “Pablito
Pérez en las Islas Chafarinas”. Ese engendro en el que el personal pone cosas
como “al final del túnel encontrarás la luz”, o a un autobús, digo yo, que te
mandé al otro lado antes de tiempo. Yo
estuve a punto de no ver más la luz en compañía de aquellas Diosas de Finlandia.
La verdad es que me hubiera ido a ese
barrio al que nadie quiere mudarse con una sonrisa en la boca. Sonrisa que no
se me borró en dos años.
Ahora que lo pienso,
pudiera ser que la no falta de sexo esté directamente relacionada con esa
eterna mala leche que hay en España. Después de todo, los hombres necesitamos
eyacular-lo dicen los galenos- cinco veces por semana para evitar el cáncer de
próstata. La película se podría llamar “Con
la muerte en los Cojones” porque el semen es la causa por la que vivimos menos.
Por su parte, las féminas necesitan tener seis orgasmos semanales para regular
sus cuerpos. Con eso está dicho todo.
Por lo expuesto, deberíamos todos tomarnos la vida sin
prisas. Contemplar el mar, tocarnos, masturbarnos, relajarnos con nuestros
cuerpos entrelazados para que nadie desee pasar por las armas a los contrarios
o, al menos, que la mayoría de los hombres no quiera pegar a la suegra y encima
obtener una orden de alejamiento de propina. Acerquémonos pues; follemos.
Sergio Calle Llorens
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