Una buena
copa de vino blanco acompañada de una lubina ejemplar y todo, junto al
mediterráneo que interpreta un solo de violín en medio de la quietud de las
jábegas. Sí, esas olas conducen a la dispersión y a un ritmo lento de vida. A
pesar de las viandas que nos acompañan, hablamos de carne de ciervo, de cinegética y de lo extremadamente raro que se hace ver una perdiz
mediterránea en nuestros montes. Parece verdad aquella máxima de la física que afirma
que la energía no se crea, ni se destruye, sino que se transforma. Una realidad
que llevada al campo de la naturaleza, podría ser que el hombre incluso cuando
crea, no transforma nada sino que destruye lo que hay. Esos campos fumigados para tener
frutas todo el año que traen, además de grandes beneficios, muchos casos de
cáncer. Mi interlocutora me pide hacernos ecológicos con el cultivo de un
huerto del que comamos todo el año.
Una vez
terminada la lubina vienen unas coquinas malagueñas justo cuando el
cielo se va cubriendo de un bermejo espectacular. Creo que a los alimentos que
comemos ahora le pasa lo mismo que la literatura de Pla. Esa que fue traducida
del catalán a la misma parla, quitando esas expresiones que al patético traductor le
parecían menos vernáculas y, para más INRI, luego esos textos eran retraducidos
al español. Así que uno no sabe a quien collons está leyendo uno. Y con la comida,
obviamente, pasa lo mismo ya que la lechuga sabe a pepino y el conejo a boniato. Cualquiera sabe qué estamos manducando. El traductor del genio del Ampurdán olvidó que éste
reflejaba la forma en que hablaba la gente en la calle, los agricultores por su parte que son de poca rúa, han
ignorado los gritos de la naturaleza para que se la respete.
Viendo la
vida pasar junto al rompeolas con la canción triste del mar como banda sonora.
Y conversando sobre escritores malditos y escritos prohibidos de la que tanto
sabe Toledo, la capital de la España Imperial. La profesora de literatura me
desvela que todo lo que sabemos de la vida de Poe es falso, incluido su afición por el
alcohol al que tenía intolerancia. Se sospecha de que fue su enemigo el que
escribió su biografía basada en unas cartas que él mismo falsificó. También me
cuenta que sigue siendo un misterio la estancia del autor de El Cuervo en el
hospital. Sea como fuere, el enigma de ese autor norteamericana nos dura hasta
los postres que vienen en forma de tarta de chocolate.
Supongo que,
al margen de la paternidad, la literatura ha sido la única zona templada de mis estaciones. Un lugar en el que vivir múltiples roles. Una forma, como otro
cualquiera, de hacerme mejor persona y, tal vez, hasta más culto. Una vibración
intelectual muy poderosa que ha llamado a mi puerta todas las noches. Si cada página de mi vida es un recuento de mis llagas emocionales, cada
cuartilla corresponde a miles de pensamientos donde no cabe ningún réquiem. Una
tonada de vida para entender la existencia cuyo último peldaño es la muerte. Bebemos champán francés a dos cañas de la pequeña gruta donde luce la Virgen del Carmen, patrona de los hombres de mar. El cielo se va poblando de estrellas y la noche comienza a oler a biznaga. Cantan los grillos que es el mejor heraldo del verano que ya no se molesta en esconderse. Finalmente llega la hora de volver por el camino de los acantilados y, en todo momento voy acompañado de un levante vivaracho. Llego a casa con dos copas de más y dos años menos de vida. Enciendo la luz para contemplar la biblioteca y esas fotos que enmarqué años atrás. Llego a mi cama y me dejo caer en busca del sueño. A mi lado se encuentra mi hija que musita alguna cosa al abrazarse a mí. De mis ojos, vaya usted a saber por qué, acuden dos lágrimas que contienen tanta sal como la mar que tanto amo. Una noche más pero no es una noche cualquiera.
Sergio Calle
Llorens
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