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sábado, 20 de junio de 2015

EL DESTINO


En mis deambulaciones nocturnas me siento como un peregrino en busca de su propia voz. Aquella que viene de lo más profundo de nuestro ser. Yo,  afortunadamente, nunca me encuentro con ningún vecino que me entretenga al claro de la luna en una conversación incomoda. Busco el silencio y, para alcanzarlo, no hay nada mejor que alejarme de los ruidosos lugareños. Andar por ese bosquecillo recién estrenada la madrugada es una actividad solitaria que me produce el mismo placer que la visión de las perdices mediterráneas. Luego torno entre dos luces y el pequeño pueblo blanco  parece suspendido entre el cielo y los acantilados.
Si escribir es como narrar sobre el agua porque, nada de esto quedará nunca registrado por mucho tiempo, pensar de forma anónima tampoco tiene mucho recorrido. Y aunque a veces me sienta tentando en compartir mis raciocinios, no estoy convencido de que alguien pudiera apreciarlos. Callar, por tanto, siempre es la mejor opción. Así que deambulo entre pinos con ese susurro voluptuoso que me trae el viento al que siempre hace compañía la mar. Soy de la opinión de que el amor solo revela su naturaleza en los lugares silenciosos y, tal vez eso sea aplicable  a su vez a los que buscamos medias verdades.
Cantan los grillos en mi paseo nocturno. Ulula un búho en la cercanía y la luz de los barquitos me hacen recordar la batalla que en esos momentos se produce en la patria salada.  Es una banda sonora que supera cualquier tartamudeo musical que a todas horas golpean las emisoras locales. Si en la literatura la simplificación máxima es la clave para alcanzar  la calidad extrema, la tonada de la naturaleza es el componente esencial de una obra maestra.  Hoy el mundo se ha ganado su prestigio arruinando la reputación de ser hombre de la tierra. Ahora nadie se para a contemplar la luna. Ni siquiera a escuchar al silencio. Todos son prisas y malos modos. Ruido y  estruendo. Los manjares de la naturaleza apenas adquieren importancia a la hora de ser presentados en el plato. Todo es el  resultado de la cretinización de una sociedad que marcha al ritmo de una caja tonta dominada por gente muy lista que no quiere que nadie piense, sino que se piense de una determinada manera.  Les hacen ver que la culpa de los naufragios no es del timonel sino de las olas. Y claro, cualquier mediterráneo que se precie sabe que eso es una atroz mentira.  Reflexiono sobre ello  y en el aire flota una melancolía extraña. No por el  tiempo pasado, sino por los días tan terribles que han de venir. Por lo pronto, ha arribado el estío que trae consigo a los vociferantes veraneantes. Meses en los que mi playa se me hace más pequeña y, mi bosque más concurrido. Y con todo una calor tan insoportable como las medidas que ponen en práctica el gobierno de la taifa.
Alcanzo la cima de la montaña y mis dedos parecen poder tocar el firmamento. Intento crear en mi mente una línea que sea mejor que la borrada en la atardecida. Y nada. Trato de alejar ese sentimiento de culpa por sentirme tan bien en mi compañía. Sin éxito.  Creo que nunca podré cruzar la línea de meta porque, para bien o para mal, hace años que llegué a mi destino.  Me habla la noche y la escucho con muchísimo gusto.

Sergio Calle Llorens

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