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viernes, 19 de junio de 2015

GAMBERROS


En aquellos años éramos unos gamberros consumados y, ni siquiera la edad puede justificar todo lo que hicimos. En nuestra defensa podría decir que pensábamos que el mundo se nos acababa y, de hecho a algunos se le acabó demasiado pronto. A lomos de esas motos, con chupas de cuero o sin ellas, bailábamos por los rincones de la ciudad embriagados por el suave aroma de la noche.
Recuerdo cuando parábamos a alguna bella mujer embarazada para preguntarle si era virgen y, de paso, dejarle un número de teléfono para que nos llamara cuando se le pasara el hinchazón. Madrugadas etílicas con sus correspondientes baños en la mar.  Desempolvo aquellos blues que compuse para una banda de rock. Añoro esos campings en un pueblo en el que lo más moderno que habían oído era al Dúo Dinámico. Conmemoro las noches de verano en Nerja en compañía de valkirias escandinavas; el balcón de Europa, las calas de Maro, el rumor de las olas y los gritos de mis amigos al darse cuenta de que yo había perdido los cigarrillos de la risa. Hubo que volver por ellos y, a nadie le hizo ni puñetera gracia. También guardo dos momentos memorables que tienen como protagonista a mi viejo amigo “el Pinocho”. La primera tuvo lugar en ese pueblo mediterráneo cuando al ver como se aproximaba una rubia de piernas largas, dejó exclamar un “no está buena la tía” y, tras doblar las rocas del rompeolas, percatarse de que era un tío. La segunda ocurrió en un bar de la movida malagueña. Allí fuimos una noche a tomar unas cervezas cuando, a mi compinche se le metió entre ceja y ceja beberse un whiskey y, como no le alcanzaba el presupuesto, se apostó con el camarero italiano que si se comía una polilla, le invitaría. Y dicho y hecho; pues tras quitarle las antenas se la tragó sin un lamento. El italiano, que no daba crédito, gritaba; Non posso crederlo, bastardo, se l`ha mangiato””. Creo que ha sido el amigo que más me ha hecho reír en la vida junto a otro que hoy está en busca y captura por la policía. Y hasta ahí puedo leer.
Pudiera ser que todo lo que yo recuerdo no ocurrió tal y como yo lo imagino. Después de todo, solo recordamos aquello que nunca ocurrió. Sin embargo, cada vez que cruzo esos puentes que unen a  El Palo de Pedregalejo, creo recordar la cantidad de cosas que hicimos juntos. Esos bares llenos de mujeres dispuestas a beberse hasta la última gota del néctar de nuestras entrañas. Esos licores prohibidos. Esas experiencias en el asiento de atrás de un coche. Por haber, hubo hasta sexo callejero. El Doo wop y el Rock and Roll junto a himnos musicales de rebeldía.
Conté algunas de esas anécdotas en la presentación de mi novela. Relaté esos episodios que ya van pareciendo las historias del abuelo Cebolletas y, en cambio, parecen hoy tener más vigencia que nunca. Debe ser que, aunque nunca lo he reconocido como se merece- dos míseros artículos no son nada- pertenecemos a una generación que sin querer cambiar al mundo, terminamos adaptándolo a nuestras canallas medidas. Solo nos importaba reírnos hasta de nuestra sombra y, muy especialmente, de aquel enano al que siempre queríamos saltar en calle Larios. Tanto aprendimos a brincar, que terminamos elevándonos por encima de todos los obstáculos.
Desconozco los cubatas que nos bebimos en El Fernandito. Ignoro la cantidad exacta de millones de litros de cervezas ingeridos. Lo que sí sé es los rostros de aquellas bellezas femeninas que compartieron con nosotros la locura de ser jóvenes. Y como decía nuestro paisano Pablo Picasso; “el que es joven, lo es siempre”. Nos movió la vida, los acordes de guitarras y la música celestial que emanaban de las caderas de esas mujeres. Háganse cargo, teníamos y tenemos el miembro como el campo de fútbol del Valencia C.F; MESTALLA.

Sergio Calle Llorens

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