Ayer mismo tomaba un refresco junto al mar tras machacarme
con la bicicleta. La camarera estaba para mojar pan y lo que se tercie pero, a
pesar de lo guapísima que era, mantuve mi habitual actitud contemplativa, muy provenzal por otra parte. Por un momento
temí que viniera a hablar conmigo y rompiera la magia del momento. Creo que las
mujeres son como los libros, espejos en los que sólo vemos lo que nosotros
tenemos dentro. Aún así, la belleza exterior no me es suficiente. El destino de
las relaciones suele estar siempre a la vuelta de la esquina. Como si fuese un
separado, un amargado, o un padre con muchos hijos que no tiene ni para tomar
el metro. Sus tres encarnaciones más socorridas. En estos tiempos tan extraños
los hombres lo tenemos muy crudo.
Suelo huir de cualquier plantel de damas con la virtud en
alquiler. Y mucho más de las Venus de baratillo. Prefiero catalogar reflejos sobre el mediterráneo.
Esa bruma del amanecer lamiendo mi balcón con querencia otoñal porque sí, la
otoñada puede sentirse en el ambiente. También me pierdo por bosques oscuros y,
cuando la luna no viene a mi rescate, aquella versión que hizo Debbie Harrie
con su banda sobre un tema de Buddy Holly allá por el 78 cumple con lo
requerido. No necesito mucho más. A lo sumo una copa de vino y un buen libro.
Mis esfuerzos se centran en encontrar ese lugar donde los
vendedores de paraísos, terrenales o celestiales, no tengan acceso. Un espacio propio e intransferible vetado a
los cretinos. En cualquier caso me queda lo mejor de mi vida. La vida en mis
años. El fuego en mis huesos. La magia que me ha llevado hasta aquí vuelve a
tocar la palma de mis manos. Sé lo que antes no sabía. He experimentado lo que
la gran mayoría de hombres sueña. Y todo con este careto que, por cierto, con
el conjunto de mi cuerpo está contribuyendo negativamente al calentamiento del
planeta.
Sé lo que quiero y conozco adonde ir a buscarlo. Doy por
terminada una época gloriosa de mi vida. Ahora me toca bailar a ritmo de frenético
Rock and Roll. Con las llamas del invierno se extinguirán para siempre el
espectro de los que me quisieron mal. El fantasma de las navidades pasadas de
Dickens se quedará para siempre en el pretérito que, fundamentalmente, es a la
dimensión a la que pertenece. La lluvia arañará los tejados. No hace falta que
ustedes me recuerden y, si lo hacen, mejor que sea a escondidas. Hoy es el
primer día del resto de mi vida.
Sergio Calle Llorens
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