Caían los hojas del calendario a finales de los felices
ochenta cuando, sorprendentemente, la ciudad estaba tomada por diferentes tribus
urbanas y la imaginación nos cubría como el agua a su playa con la marea alta. Por los rincones
de la Capital de la Costa
del Sol ocurrían cosas que hoy, desgraciadamente, son difíciles de creer. Muchas
de ellas tuvieron lugar a 3 cañas del
mar mediterráneo en un bar mítico llamado Side Car. Un lugar que elegimos para
poner en práctica nuestras querencias de Rock and Roll; chupas, motos y
millones de litros de cerveza corriendo por nuestras venas juveniles. En ese glorioso bar, Manu iba sirviendo copas al ritmo frenético que le marcábamos los clientes
habituales.
Era un local pequeño en el que las Tedy Girls movían sus
cuerpos a ritmo de Beach Boys o de los Trogloditas. La fiesta comenzaba cuando
las sombras se alargaban y la luna comenzaba su reinado. No podría decir
cuantas veces aullamos aquellas canciones del Loco en la que el Cadillac Solitario era, sin duda, nuestra favorita. Aprendimos entonces que para mirar
al sol es mejor adentrarte en la madrugada. Comprendimos que había que
desconfiar de la luz para mirar y ver claramente. Aquellas jornadas marcadas
por Budy Holly o Stray Cats en la que tuvimos los pies en el suelo para poder
tocar el cielo. Y algunos, todo hay que decirlo, lo lograron. De aquellas
jornadas nació un grupo musical que llevaba el nombre del local; Side Car. Allí
en ese viejo callejón del barrio marinero de Pedregalejo que sigue oliendo a
salitre, tocaron esos muchachos sus primeros temas. Creo recordar que yo les
compuse un Blues que decía más o menos así en su primera estrofa;
-Cuando la luna esté llena
No me abandones nena
Más si lo haces sin pena
No tendré más remedio que
Romperte el corazón….
La tocaron una noche de verano con un mar embravecido por el
levante travieso que no dio tregua en toda la jornada que, por cierto, nos impidió
darnos el baño pelotero habitual en las aguas del mediterráneo. Una forma, como
otro cualquiera, de despejarnos de tanta farra antes de volver a casa de
madrugada. Aquel grupo dio lugar a otro mucho más profesional llamado Biscuter
en el que tocaba, por cierto, Tony Cantero que hoy es guitarrista y compositor
de la banda malagueña Chambao. Un tipo que entonces bebía los vientos por el
buen Rock and Roll y al que tengo el gusto de contar entre mis selectos amigos.
Side Car fue el lugar donde iniciar nuestro rito de Rock and
Roll. El templo musical donde cantamos Doo Wop, ese estilo musical americano
que tanto nos gustaba entonces, y nos sigue gustando todavía. Había un
estribillo que solíamos cantar a las chicas extranjeras que pululaban por el
local, y por todo el barrio;
Every time
I look at you
Something is
on my mind ( dat-dat-dat-dat-dat- duh)
If you do
what I want you to do
Baby, we’d
be so fine
Oh, life
could be a dream (sh-boom)
If I could
take you up in paradise up above (sh-above)
If you
would tell me I’m the only one that you love
Life could
be a dream, sweetheart.
Y saben qué, estoy convencido de que todos aquellos que
compartieron noches en el Side Car y en el resto de garitos de finales de los
ochenta y principios de los 90 pagarían, e incluso darían años de su vida, por
volver, aunque fuera por unas horas, a vivir aquellas jornadas mágica donde,
sencillamente, lo imposible se hacía realidad a nuestros ojos. Hoy que ya
peinamos canas la mayoría, me sigue sorprendiendo lo que puede evocar la imagen
de una botella de bourbón, una canción de entonces o el ruido de una Harley
Davidson a todos los que vivimos aventuras en aquel santuario de hombres
valientes; Side Car donde aprendimos la canción del valor en el que de presa
pasabas a cazador. Por eso, en esta noche de melancolía levanto mi copa por las
glorias pasadas de Side Car, y que, entre otras cosas, no nos falte jamás el
Rock and Roll.
Sergio Calle Llorens
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