Las luces mortecinas de la ciudad se reflejaban en el Danubio
mientras mi amigo húngaro y un servidor degustábamos una delicia local; la Káposzta que es carne
envuelta en repollo fermentado. Todo regado con un buen vino de Alsacia. La
conversación trascurría por las avenidas de la cultura europea; libros
películas y lugares comunes de nuestra existencia. Entonces salió a colación el
peligro judío que, según el húngaro, amenaza a su patria. Si Irán vence a
Israel en un conflicto bélico, insistía, los hebreos no tendrán otra cosa mejor
que hacer que invadir Hungría. “Hay demasiados judíos en mi patria,” me decía
ignorando mis orígenes.
Me quedé en silencio recordando que no lejos de donde
cenábamos, el 16 de junio de 1944 millares de patriotas húngaros se congregaron
en una plaza para quemar libros ante la mirada atenta de los soldados nazis.
Kolozsvary, el secretario de Estado sonreía de puro placer ante el espectáculo.
Luego llegaron las deportaciones a los campos de concentración y los asesinatos.
Aquella infausta jornada cerca de medio millón de libros, 447.627 para ser
exactos, ardieron pasto de las llamas. Del número de hebreos asesinados los
historiadores no se ponen de acuerdo. Pese a ello, el húngaro trataba de
minimizarlo mientras maximizaba el peligro judío actual.
En aquellas mismas jornadas aciagas para la humanidad, un
diplomático español salvaba a miles de judíos, sefardíes o no, de la muerte.
Una gesta que le valió a Ángel Sanz Briz el título de Justo de la Humanidad otorgado por
el Parlamento de Israel en 1991. Fueron 5000 judíos los rescatados por el
zaragozano. Número redondo que siempre ha sonado muy bien a mis oídos.
Cuenta la historia que cuando San Briz se acercó a ver in
situ la quema de libros, un ejemplar cayó a sus pies, se trataba del Mishné
Torá (La Mano Fuerte )
y su autor era el sabio español, de religión judía, Moisés Maimónides. Tal vez fue una señal para que nuestro
compatriota no olvidara a sus hermanos judíos, tan españoles como él mismo.
Seguí escuchando las quejas del húngaro sobre “el pueblo
maldito” en Hungría aunque no representan ni un 2% de la población. Estuve
tentado de decirle que si los judíos son capaces de dominar todo en su país, y
con ese bajo porcentaje de presencia, merecen ser nombrados la raza elegida por
Dios. Sin embargo, callé mientras le dejaba decir sandeces en su italiano
aprendido en Roma.
Sergio Calle Llorens
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