En Sevilla, pese a haber entrado el
otoño, hace un calor de justicia a primera hora de la tarde. No hay
brisa ni nada que se le parezca. Los negocios comienzan a
desperezarse abriendo sus puertas cuando un coche de gran cilindrada
cabalga por las arterias de la ciudad. De la máquina, se baja Manuel
Chaves acompañado por uno de sus guardaespaldas. Tras unas dudas
iniciales, la extraña pareja dirige sus pasos hacia una tienda de
Apple. Una vez dentro se produce una escena de película que bien
podría haber firmado el mismísimo Berlanga.
En el interior reina la calma. Tan
sólo unas jovencitas que marean al personal con un trillón de
preguntas sobre las prestaciones de los artículos. El marqués de la
dislexia, que no se encuentra cómodo en aquel lugar, busca con la
mirada a uno de los dependientes que, muy profesional, acude raudo a
atenderle. El ex ministro de trabajo que nunca dio trabajo a nadie
que no fuera un familiar, explica con gesto compungido el motivo de
su visita; “quiero que me arreglen el iPod porque ha dejado de
escucharse sin motivo aparente”. Añade “suelo hacer deporte y es
posible que con el sudor se me haya estropeado” aclara. El
dependiente toma el aparato en sus manos no sin antes imaginar al ex
presidente de la Junta corriendo con esa cabeza a cuestas. Tras hacer
las comprobaciones de rigor, el eficiente dependiente da con la causa
de la avería del aparato. Visiblemente ruborizado, intenta buscar
una formula que no deje en demasiado mal lugar al consumidor
socialista. Y es que todavía hay gente buena por el mundo. Entonces,
suspira hondo, traga saliva y con toda la delicadeza de la que es
capaz, le dice; “tiene usted el limitador de volumen casi al
mínimo”. Chaves, sorprenido, responde que “eso no podía ser”,
pero claro, es. Finalmente, el hombre de cuya cabeza jamás salió
idea buena alguna, acepta la realidad y, claramente contrariado,
abandona el establecimiento no sin antes preguntar “si debía
algo”. El dependiente, con un esbozo de sonrisa dibujada en los
labios, le responde que no. Entonces, los ojos del trabajador fijan
sus ojos en la figura de Chaves. En sus pupilas se reflejan la
silueta del hombre que dirigió los destinos de Andalucía durante
décadas. Hace un cálculo mental de todo el dinero que ha podido
ganar en su carrera política. Y, por supuesto, en los millones que cobraron sus hijos
haciendo negocios con la Junta de Andalucía. Por un momento está
tentado de salir en su búsqueda para contestar a la última pregunta
que le hizo en la tienda; “¿Le debo algo?”. Si no hubiera tenido
querencia a los 1000 euros de mierda de su sueldo, le habría gritado
al oído: Me lo debe usted todo: un salario mínimo, una jubilación
de verdad para mi vieja, una casa de protección oficial para poder
casarme, una educación digna de llevar ese nombre. Pero se queda allí, inmóvil, viendo como el señor Chaves se pierde, en compañía
de su guardaespaldas, en la tarde sevillana.
Puede que usted crera que yo me acabo
de inventar esta noticia, que más quisiera. De hecho, la publica hoy
el diario El Mundo. Lejos de la hilaridad que puede provocar en un
principio, viene a demostrar que una gran parte de nuestros políticos
no supera en intelecto a la babosa aquella del pleistoceno. Incluso
si creemos en la buena fe del personaje
Chavesiano- se enteró de todo el tema de los ERE por la prensa- a
nadie le debería extrañar el estado actual de Andalucía. La
historia es que hemos tenido a un presidente andaluz que ni siquiera
se percata cuando tiene el limitador de volumen casi al mínimo. Así
que nadie, en su sano juicio, le podía pedir que supiese el destino
de los miles de millones que nos han robado los socialistas en los
últimos 32 años.
Sergio Calle Llorens
¡Por Diossss, es aún más imbécil de lo que podría imaginarse!
ResponderEliminar