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jueves, 23 de agosto de 2012

LA TELE EN ESPAÑA


Crecí en la España que tenía dos canales. Un tiempo donde echaban programas como Estudio 1, el Hombre y la Tierra o Historias para no Dormir. Los viernes teníamos la opción del 1,2,3 en la primera, y en la segunda La Clave. Ese espacio dirigido por Balbín que fue censurado por los socialistas al albor del referéndum de la OTAN. De aquella decisión me viene una alergia a los del capullo. Verán se me puso la lengua azul y comenzaron a salirme manchas en la piel. El médico, hombre de mundo, concluyó que mi espalda parecía el mapa de California. Ha llovido mucho desde entonces, pero mis familiares siguen pensando que soy un tipo muy raro. Lo que sí ha cambiado es el mundo de la tele. A veces asisto atónito a un desfile de programas de mal gusto, donde diversas cacatúas suponen que si berrean en vez de hablar, los sonidos que escapan de sus hocicos acabarán, de alguna manera, adquiriendo algún sentido.

En cualquier caso, la tele en España ha dado la oportunidad a la industria del cine para quitarse de en medio a miles de pésimos actores que solían arruinar todas sus producciones. El problema, sin embargo, es que estos actores de pelo y medio tornan al mundo cinematográfico sin pasar por el teatro. Y claro, así no hay manera de que aprendan a vocalizar. A veces, una película española es más difícil de entender que un documental realizado en chino taiwanés. Miren para comprombarlo alguna cinta de Mario Casas, un chico al que fusilaría al amanecer, sin juicio previo. Pero no quiero desviarme del tema

La tele en España es una basura de tal calibre que hay canales que muchos desconectamos por el temor fundado a que la idiocia sea contagiosa. Por eso, en mi aparato televisivo no aparecen nunca ni Canal Sur, ni Telecinco. Este último solía vender Venus de mercadillo provenientes del planeta Putón. Y del ente andaluz podríamos escribir millones de ensayos sobre los efectos de sus programas en la población. Véase María Gámez como ejemplo ilustrativo. Una mujer que la primera vez que vio la cabeza de un toro colgada en una pared, salió de la habitación a voz en grito, preguntándose como habían metido al cornudo- no hablo de su compañero sentimental- en aquel sitio.

En cuanto a los otros canales, he de añadir que salto como un poseso sobre el mando a distancia al menor atisbo de papanatada o corrección política. Otro aspecto que detesto del mundo de la televisión, es el deseo de millones de ciudadanos a aparecer en ella. No parecen entender que hay épocas y lugares en las que no ser nadie es más honorable que ser una Toñi Moreno cualquiera. Incluso el que aquí suscribe tuvo su momento de gloria en la caja tonta. Fue una mañana cuando una entrevistadora de la tele tuvo la osadía de pararme por las calles de Barcelona para hacerme unas preguntas. Por supuesto, accedí a ello con la doble intención de observar sus pechos y, de paso, arruinarle la carrera. Recuerdo que me preguntó sobre mi profesión, a lo que respondí que vendía esponjas a los borrachos que no podían llevarse todo el alcohol a casa. Por desgracia, ser guapetona y tener una gran delantera, no son las únicas virtudes requeridas para ser buena periodista. Aquella chica se tragó mi historia sin pestañear. El cámara que no era tonto, excepto cuando se colocaba tras una lente, le hizo una seña a la ilusa para que siguiera con el cuestionario. Aquellos minutos fueron suficientes para acabar con su carrera televisiva. Todavía hoy se la puede ver de camarera en el bar Zurich de las Ramblas. Empero, otras personas de mucho menos talento han triunfado en el complicado mundo del espectáculo; desde arpías como Irma Soriana, hasta retrasadas profundas como Leticia Savater. Coño si hasta Jesús Gil presentaba, en su momento, un programa metido en un jacuzzi. Eso sí, también hemos tenido gloriosas excepciones como Eduard Punset, director y presentador de Redes.

En mi opinión, los ciudadanos que tienen mucho apego al rebaño televisivo, tienen algo de borrego. Cuando pienso en ello, y en la cantidad de cantamañanas que han inundado nuestros hogares de telebasura, sólo hallo la paz en el acceso directo al jamón de pata negra. Un producto que, por cierto, también anunciaba en la tele otro maestro de la caja boba, el señor Bertín Osborne. Y es que no hay territorio que no haya sido violado por esos monstruos. Háganme caso, apaguen la tele y póngase a leer.

Sergio Calle Llorens

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