Hoy vuelvo a
asomarme al Mediterráneo desde la quietud de mi balcón engalanado de
rosas. Esta noche contemplo de nuevo los rieles de plata de la luna sobre las
aguas oscuras. Esta madrugada torno a la paz de espíritu en la querencia del
nocturno. En la lontananza se adivinan ya los jazmines y las damas de noche
que siempre han perfumado mi vida. Para celebrarlo acabo de abrir una botella
de vino y bebo por seguir en este barrio. Es curioso, pero, bien pensado, por
mucho que me aleje, siempre retorno a esta playa que, entre otras cosas, me salva
del abismo.
Febrero terminó y yo casi no he parado en
casa; viajes, excursiones, pasiones e investigaciones. A la vuelta de la
esquina he encontrado un marzo más sosegado en el que una montaña de libros me
aguarda en la mesa del despacho. También me esperan mis cuadernos donde mis
personajes parecen tomar conciencia de su existencia. Juraría que ellos mismos
toman la pluma y cambian su destino escrito en sangre. Parecen decirme que no puedo parar el tiempo, pero sí puedo no perderlo.
Imagino que ellos tampoco quieren perder, aunque el título de la novela tenga
que ver con las derrotas más humillantes de la vida. Quiero contar su historia que es la nuestra. A mi estilo. Sin embargo, observando esas hojas salidas a mano de mi puño y letra, llego a una conclusión: yo soy el padrastro del libro, pero nunca el padre. Pensando en ello las olas arriban con otra pregunta: ¿Es posible un final feliz?
Silencio en la noche. Silencio en la
madrugada. Hasta los grillos parecen estar en huelga. ¿Habrán cometido la locura de sindicarse? Tampoco ha venido a visitarme ese búho real que,
por alguna extraña razón, tiene querencia por mi atalaya arbórea. Sólo suena la
canción triste del mar a la espera de acoger las moragas, los baños a
media noche y los cuerpos de los amantes. Hasta entonces la madrugada avanza con sus secretos completamente afónica. Doy
gracias al altísimo al tiempo que me llevo la copa de vino a los labios.
¡Felicidad, que bonito nombre tienes!
Sergio Calle Llorens