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jueves, 23 de junio de 2022

¡AQUELLA NOCHE DE SAN JUAN!

 


Aquella noche de San Juan no cumplí con el rito del fuego. Tampoco salté las siete olas de rigor ni retocé en la arena con la rubia de mis sueños. Ni siquiera arrojé a la hoguera ese papel con la lista de deseos. Aquella noche, simplemente, mi padre me prohibió taxativamente asistir a la moraga que unos amigos habían organizado en una playa de Rincón de la Victoria.

 Como era de esperar el espíritu rebelde se apoderó de mi alma. Así que tomé mi motocicleta (una mobylette roja) y me marché unas horas. Supongo que intentaba olvidar la humillación que mi padre me había infringido en presencia de mis amistades femeninas. Demasiado orgullo para tan poco hombre. El de un muchacho de cortas luces en una noche muy larga. Gasolina y fuego siempre es una combinación peligrosa. Sin embargo, mi ángel de la guarda,  que por una vez no andaba despistadillo, hizo acto de aparición en la puerta de la Venta del Bizco, bautizada así por la mirada estrábica del dueño. Fui derecho a la barra a pedir un vodka con naranja- sí Millennials, a los menores de edad se nos permitía beber alcohol en los bares- y el patrón, que me conocía de vista, accedió a satisfacer mis deseos báquicos.

Me gasté en copas todo el dinero de la Noche de San Juan- Fiesta marcada en rojo a esta orilla del Mediterráneo- mientras juraba en arameo. En el bar sonaba el Pass the dutchie de Musical Youth cuando llamé al dueño. En ese momento el bizco me preguntó si me pasaba algo. Lo hizo con tacto y delicadeza. Décadas tratando con borrachos y diferentes tribus, supongo, y solté la maldita. El hombre me escuchó con atención dándome la razón en todo como a los tontos. Pero cuando pedí la penúltima, aquel hombre se puso tenso y se me quedó mirando como tratando de calibrarme. Luego me sirvió ese destornillador con la condición de que me fuera a casa tras la ingesta. Al asentir comenzó a explicarme que mi padre había perdido las formas, algo inexcusable a sus ojos, pero en el fondo los dos sabíamos que su negativa a dejarme asistir a la moraga era su forma de decirme que le importaba.

Cumplí mi promesa y volví a casa humillado, dolido y medio borracho. Todavía hoy recuerdo la luz de Noctiluca filtrándose por la ventana de mi habitación que me hizo imaginarla en la arena en los brazos de otro chico. Cerré los ojos y la luna de junio, que fue testigo de mi desencanto, volvió al año siguiente y al otro. Esta noche tampoco faltará a su cita proyectando sus rieles de plata en las mágicas aguas de la playa adonde yo no pude acudir en aquella lejana noche de San Juan. Pero seré yo el angustiado mientras aguardo, con el corazón en un puño, la llegada de mi hijo de madrugada. Mi padre en el cielo se debe de estar partiendo de la risa.

Sergio Calle Llorens

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