Nos acercamos a Frigiliana en un atardecer
cárdeno. Pareció, por un instante, que el vermut malagueño era el
complemento perfecto para contemplar el ingreso voluntario del sol en la mar.
Un instante detenido en el tiempo. Un brindis por la luna que se avecinaba para
llegar a la conclusión de que la forma de vivir en el Mediterráneo es
uno de los misterios de la cultura de mi país; sin prisas, sin ataduras, sin
más dudas que las que acercan las olas. Brindamos, en efecto, por la vida, por
las cosas que dejamos atrás y por los que nos dejaron. Brindamos, a sabiendas,
de que para llegar al paraíso no hace falta morir, porque esta comarca malagueña
es el elíseo que todos anhelan. Y llega la noche tras las últimas horas que
pertenecieron a la ponientada.
Frigiliana
luce bella con su
alumbrado navideño en sus calles escarpadas. Es una iluminación nada recargada como
la de esa mujer a la que bastan dos gotas de perfume para lucir linda toda la
noche. Llegamos a la Fuente Vieja y pasamos por el callejón del Inquisidor
hasta llegar a la Taberna del Sacristán en la Plaza de la Iglesia. Al
cruzarla, oímos a varias pastorales con sus villancicos. Cánticos al niño Jesús
y a la Virgen María. Pero soy un hombre corrompido por las comodidades de
la cocina local por lo que me adentro en el establecimiento y me olvido de la
fanfarria. Trato cordial y perfecto. Servicio impecable que nos trae unos
langostinos y un rape con salsa de puerros. Un homenaje a la cocina marinera
de Málaga. Un tributo a los productos de la tierra. Y todo culmina con una deliciosa
tarta de queso. Comemos entusiasmados porque la comida se mezcla con el
silencio y las coquetas vistas. Todo es perfecto e idílico en el restaurante
que abandonamos para darnos una nueva caminata agarrados del brazo hasta llegar, tras varias paradas forzosas, a un mágico mirador donde el levante levanta su falda dejando al descubierto un
mundo de sensualidad por descubrir. La noche es joven, la luna es de plata y yo,
que soy más pecador que un sacristán, sonrío al pensar que son muchos los desgraciados
que no ven lo sensual que es ver a una mujer con ganas de comer. Y hasta ahí
puedo contar.
Sergio Calle Llorens