Cruzo Yunquera,
una localidad situada en el Parque Nacional de Sierra de las Nieves y no
puedo evitar una llamarada de nostalgia; la casa en la que pasábamos las vacaciones con los amigos, las juergas en el Caballo
Loco y el fuego de leña de la chimenea en la que señoreaba el retrato de una mujer de bellos ojos azules y una sensualidad cautivadora.
Siempre quise conocer su identidad, pero
mi curiosidad chocaba con el muro del silencio de la familia.
Aquellos
años desaparecieron como las sombras del crepúsculo. Pero me acuerdo de la voluptuosidad de la luna
del invierno sobre los pinsapos aquella madrugada en la que
tuvimos que abandonar la casita para dormir en la sierra. No creo haber
pasado más frío en mi vida en aquel rincón boscoso en el que flotaba una
neblina azulada. Imposible dejar atrás esos recuerdos.
Camino,
insisto, por las empinadas calles del pueblo hasta arribar a calle agua en la
que sigue abierta, y me pongo de rodillas para dar gracias al Altísimo, la taberna “El Por Fin”, con
su comida efectista en la que la calidad del conejo al ajillo es literalmente
indescriptible. El bar se llama así porque después de la visita a varios
locales, por fin se llega al último templo del vino. Desgraciadamente, la bebida me no evita
alejarme del rumor de la melancolía que va saltando entre las piedras que componen
el puzle de mi ajetreada vida. Después de todo, estoy en el mismo sitio en el que,
muchos años antes, alquilamos el Molino de la Teja; una impresionante casa rural. Una
vivienda muy cercana a un camino que conduce a la sierra que tanto amo.
Yunquera
tiene todas las bendiciones derramadas. El brillo resplandeciente de la vida cómoda. El olor de las castañas
asadas. La palpitación del tiempo que nunca es perdido. Las mujeres que suben con
celeridad cargadas de alimentos por las empinadas calles. El agua cristalina
que emana de la Fuente del Poyo y que nos hace a todos más sabios. El dulce paisaje de “La Catedral de
la Serranía”. Todo eso, y mucho más,
es este pueblo, aunque, para ser justos, me faltan los adjetivos que le hagan
justicia, pero me sobran huecos en las calles. Esas a las que vuelvo de vez en
cuando para soltar un suspiro. Yunquera; siempre en mi corazón.
Sergio Calle Llorens
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