El Coney
Island Baby de Lou Reed es una pequeña obra maestra en forma de disco, pero una gran declaración
de amor hacia Rachel Humphreys, una transexual a la que el artista conoció
cuando transitaba por el lado más salvaje de la vida. El flechazo ocurrió en un
club nocturno del Greenwich Village. Desde ese momento nada fue igual
para el neoyorkino.
El sexto
disco del que me ocupo hoy fue lanzado al mercado por RCA en 1976, y
cayó en mis manos dos años más tarde siendo yo todavía un tierno infante.
Ocurrió en la habitación de mi hermano donde guardaba joyas musicales que iban
a convertirse en la banda sonora de mi vida. Recuerdo la portada en blanco y
negro con la imagen del cantante y las letras del artista escritas en azul. Me
llamó tanto la atención que puse el disco en el plato y la aguja en la primera
canción; crazy feeling. Todavía hoy me estremezco escuchando los acordes
de esa guitarra que desprendía suavidad envuelta en un toque mágico. Una carta
de amor hacia su enamorada: “Eres el tipo de persona con la que he estado
soñando. Eres la persona que siempre quise amar. Y cuando te vi por primera
vez, cruzaste la puerta de ese bar, vi que esos trajes y corbatas te compraban
una bebida, y luego te compré un poco más, tuve un sentimiento loco”. Yo
también tuve un sentimiento loco al escuchar el tema. Fue una conexión profunda
con mi alma crepuscular que siempre ha sido fiel al hecho de amar. Así que me
tumbé en el sofá y, sin dejar de mirar la portada del disco, me sumergí en las
aguas de ese mágico vinilo.
Otro de los
temas que me impactó fue “Gift” que siempre que lo escucho, pese a todos
los reveses que me ha ido dando la vida, pone una sonrisa de malote en mi boca. Luego paso el día
tarareando aquello de I´m just a gift to the women of this world.
Una declaración de principios que hice mía antes de abrazar los rescoldos del
dolor. Tampoco puedo olvidarme de “Ooohhh baby”, puro rock and roll en
homenaje a una fruta prohibida.
El Coney
Island Baby contiene ocho temas que no dejan indiferente. Hay algo especial
que nos hace vibrar, que nos emparenta con las gotas de esperanza de esas
guitarras setenteras. Un placer sonoro que termina en la canción que da nombre
al álbum del artista en la que afirma aquello de I wanted to play football
for the coach. Gloria de amor. Oda a la musa que murió en el hospital Saint
Clare de Manhattan en 1990. Lou nunca quiso volver a hablar de ella, pero no
hace falta porque este disco no los cuenta todo sobre Rachel.
¡No dejen de escucharlo!
Sergio Calle
Llorens
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