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viernes, 13 de noviembre de 2020

¡REFLEXIONES MARINAS!

 



Contemplo la visión de la bahía malagueña con sus aguas quietas y cristalinas. A poniente se vislumbran dos imponentes cruceros que parecen cruzar miradas con los lugareños que contemplan la majestuosidad de esas embarcaciones que no paran de traer turistas a la Ciudad del Paraíso. Bajan de esos navíos los amantes de las visitas cortas y, por supuesto, suben los precios de los establecimientos que amablemente les atienden. A levante, ajenos a los cabreos de mis paisanos, los peces danzan bajo las aguas de color estaño. Obviamente, estos movimientos acuáticos sólo se perciben desde la cubierta del barco. Los pececitos, que suelen morir por la boca, no saben que, presumiblemente, terminen en las de los turistas que pasean ahora en busca de las delicias culinarias, y en la de los malagueños que tanto protestan por la subida del importe de la ración de boquerones. Aquí nunca llueve a gusto de todos. Lo único cierto es que los tres grupos señalados en líneas precedentes mueven mucho la boca: unos para no morir, otros para vivir muy bien y, los últimos porque afirman malvivir.

En estas autopistas marinas, cuyos misterios conocen muy pocos, es habitual que las corrientes superficiales fluyan hacia el este, aportando aguas atlánticas al Mediterráneo mientras las corrientes submarinas fluyen con destino al oeste, llevando aguas mediterráneas más calientes y saladas hacia el atlántico. Con un dominio de los vientos superficiales, también conocido por los lugareños como de levante. Pero esta tarde corre una ligera brisa aterciopelada. De pronto se oye la campana de un barco y nuestro Capitán otea el horizonte con sumo interés. En estas aguas, por cierto, han ocurrido muchos desastres navales pero la superstición de hablar de  estas cosas nunca he llegado a superarla. Se prende otra luz en el cielo y a mí se me apaga la valentía. La noche busca la madrugada.

Tumbado en la cubierta de este modesto barco contemplo la luna a la que los fundadores de Málaga, los fenicios, llamaban Noctiluca. Los celtas, otro pueblo sabio y peculiar, tenían una casta sacerdotal conocida como los druidas que, dicho sea de paso, conocemos por las barbaridades que les dedicó Julio César en su “Bellum Gallí”. Estos versados de la naturaleza, al parecer, creían firmemente en el poder de las palabras por lo que prohibieron poner su saber por escrito. Así, todo su conocimiento, o el que se les presupone, fue trasmitido de forma oral. El caso es que hasta la época cristiana, que es cuando se empezó a escribirse de los nombres de los astros, la gente solía referirse a ellos con eufemismos. Así que cuando aparecieron las palabras extranjeras, los celtas se decantaron por los nuevos vocablos que no estaban en su tradición. La prohibición del uso de los nombres de los cuerpos celestes puede ser demostrada en la percepción gaélica de la luna.  Hay palabras para referirse a nuestro satélite en las lenguas celtas. Hoy día, gealadh es la palabra más usada para referirse al sitio donde aterrizó el Apolo XI. También existían otras en irlandés antiguo como ésca y la palabra que todavía existe en manés; easyt. Utilizando el irlandés como ejemplo de una lengua celta que fue menos influida por el latín como su prima la galesa, podemos observar la supervivencia de una longeva tradición nativa. Así encontramos vocablos gaélicos para cénit (buaic), niebla (neal), penumbra (leathscail), orbe (meail). Pero la expresión que más me gustan en gaélico irlandés, al menos en relación con las estrellas, es réaltas eljais (estrella del conocimiento) que es como bautizaron a la estrella polar. Reflexionando sobre esta nomenclatura, observo como la luna derrama sus rayos de plata sobre el Mediterráneo y, de golpe, me arrodillo para elevar una vieja plegaria al Altísimo.

Sea para ti la paz profunda de la ola del movimiento.

Sea para ti la paz profunda del aire que fluye.

Sea para ti la paz profunda de la tierra serena.

Sea para ti la paz profunda de la noche apacible.

Sea para ti la paz profunda de las brillantes estrellas.

Que los astros y la luna viertan su luz sanadora sobre ti.

Como ven, ser de Málaga es entrar en la bahía de Málaga para terminar amarrando en un puerto de la ciudad de Galway. Nosotros a esta forma de ser la llamamos cosmopolitismo. Por ello, consagro a las luces del alba mi copa de vino alumbrada junto a una dama de noche en primavera. Aquí bebemos para olvidar que el manto perpetuo de la noche siempre alcanza. Y al pensarlo, un escalofrío recorre mi espalda. Tal vez el peso de la soledad que viene me encoge el alma.  Seguimos navegando en una madrugada en la que, percibo, un servidor necesita tanto una copa como la luna al mar. Ese Mediterráneo desde donde vemos recortarse las figuras de la costa como una fantasmagoría. De nuevo se oye la campana del barco. Luego deviene el silencio sobre las olas pintadas de plata.

* Artículo de principios de año

Sergio Calle Llorens

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