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domingo, 7 de junio de 2020

¡ARRODILLARSE!


La luz de la luna cubre el césped de un velo tenue y el gran cedro pone el contraste de sus sombras de oscuro terciopelo. Como estoy más libre que el aire, puedo contarles las novedades. En un principio tenía en mente hablares de un tipo de ojos penetrantes y calma de glaciar. Un personaje que parece haber salido de las páginas de una de mis novelas. Sin embargo, la actualidad manda: la novia de un conocido lo ha dejado a causa de su obsesión por el fútbol. Él, supongo que para defenderse, dice que llevaban juntos cinco temporadas y estaban a punto de renovar. El pobre está tan triste que sus labios parecen haber olvidado la sonrisa. Obviamente el desengaño amoroso de Arturo no ha provocado reacción alguna en ninguna parte del mundo que sólo  tiene ojos para la muerte de un señor de color en los Estados Unidos de América.  Es evidente, el desamor no es noticia. Tampoco es relevante el fallecimiento de más de 40.000 españoles para aquellos que son incapaces de señalar Minesota en el mapa. 

Salvo llevar una vida decente, puede decirse que sé algunas cosas. Después de todo, mi vida me ha llevado a cruzar el charco varias veces. Conozco algo la psicología humana pero no tanto para comprender lo que lleva a alguien a asaltar un supermercado en Gerona, por el homicidio de un miembro de la comunidad negra en América.
 
El colmo de este despropósito es ver a miles de personas arrodillarse como medida de contrición. Personalmente se me hace duro ver a tanto descerebrado en posición genuflexa. Sobre todo en el aniversario del desembarco de Normandía.  Es absurdo hacer una comparación entre esa juventud que era masacrada en la Playa de Omaha y los que hoy protagonizan el mayor espantoso de los ridículos. Porque los primeros se sacrificaron para librar a la vieja Europa del fascismo, y la única renuncia que hacen los segundos es pasar media hora sin móvil. Y lloriqueando. 

 A todos estos grupos que se denominan antifascistas- en realidad sus actitudes recuerdan a los camisas pardas- les recomendaría el libro de Cornelius Ryan “The longest time” que recoge una de las gestas más legendarias de nuestra historia.  Tal vez así llegaran a conocer las andanzas de aquellos que se fueron  demasiado jóvenes.  Algunos murieron matando. Otros gritaban los nombres de sus madres al experimentar el terror de ver sus cuerpos destrozados por las balas alemanas.

Yo, que crecí liberal y libertario, jamás pensé arrodillarme ante nada, ni ante nadie. Sin embargo, en una mañana de un otoño mal encarado de 1994, sentí la  necesidad de hacerlo. Ocurrió en el cementerio americano de Omaha Beach en Colleville sur, sobre la costa normanda. Un camposanto que es un remanso de paz que incita al recogimiento y a la oración. Un espacio verde encaramado en un acantilado con vistas a la playa de Omaha, 10.000 cruces blancas perfectamente alineadas apuntan a América. 70 hectáreas que abrigan las tumbas de los soldados estadounidenses que sacrificaron sus vidas por la libertad el 6 de junio de 1944.  Ante aquel bosque de cruces, mis rodillas tocaron la hierba  para rendir homenaje a nuestros héroes.  Pero no me pidan que yo me postré a los pies de nadie porque ni es mi estilo,  ni soy racista, ni soy tan idiota como para pedir perdón por una muerte ocurrida a miles de kilómetros de distancia. 

Por todo ello, sólo me queda añadir: ¡Que se arrodille su puta madre!

Sergio Calle Llorens




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