Primer día de confinamiento: Acudo a una farmacia de guardia a
comprar mis pastillas de la tensión. La farmacéutica entra en cólera porque he metido un dedo tras la ventanilla en mi intento de alargarle la tarjeta sanitaria.
Guardo silencio. Tres minutos después, la moza vuelve con la cajita y
esboza una débil disculpa. Me limito a ignorarla y vuelvo a casa. Después de
todo, las batallas contra las mujeres, como decía Napoleón, son las únicas que se ganan huyendo. A las diez de la
noche escucho un aplauso generalizado como reconocimiento a la labor de los
ángeles que luchan en los hospitales contra el coronavirus. Las palmas me emocionan unos segundos.
Segundo día de confinamiento: Destaco en una red social que los
aplausos a los sanitarios me parecen genial pero, siempre le pongo un pero a
todo, constato que en treinta y nueve años la secta del capullo fue incapaz de
construir un nuevo hospital en Málaga, condenando a la provincia que más aporta
a las arcas andaluzas, al peor ratio de camas por habitante de España. El
comentario fue respondido por una falsa “influencer”. Una chica que siempre
posa con las manos en las caderas para disimular las anchuras y su espalda de camionera. La crítica se sustenta en la envidia que me profesa.
Y es que la pobre no ha vendido un libro en su vida, y el éxito ajeno le
escuece, y mucho. La muchacha asegura que se va a quedar quince días sin vender
por la pandemia. No como los treinta y cinco años anteriores que la ignoraban
por petarda. Después del bloqueo preventivo, veo que Canal Sur emite el abominable hombre de la Costa del Sol. Una película
que no sirve precisamente para elevar la moral de la tropa.
Tercer día de confinamiento: Mi hijo está jugando al FIFA 2000 en su cuarto. Le digo que me
deje pasar y me contesta que el partido es a puerta cerrada. Empiezo a echar de
menos ir a un bar y pedir una jarra de cerveza bien fría. Como no puedo, pongo una serie islandesa en
Netflix. Para hacer ambiente y sentir que estoy con más gente, elevo al cielo
aquel grito de guerra que nos solíamos marcar en nuestros cines de los 80; “MOVIERECORD”. Enciendo la
chimenea y disfruto de la trama nórdica.
Cuarto día de confinamiento: Recibo mensajes en whatsapp a cual más
preocupante. Al personal se le hace duro el aislamiento. Creo que es buen
momento para recordar que José Antonio Ortega
Lara estuvo secuestrado más de quinientos días en un zulo minúsculo y hoy
es insultado por media España. Algunos
deberían pasar la cuarentena con una cuarentona cariñosa. Las redes se enredan
con vídeos de periodistas y políticos
minimizando el coronavirus; Susana Griso, García Ferreras, Carmen Calvo, Irena
Montero, Cristina Almeida Ortega Smith y Mejide quedan retratados como una
pandilla de descerebrados profundos. Vuelvo a colgar dos comentarios críticos
en el libro de las caras y nadie se ofende. Creo que estoy perdiendo
facultades. Empiezo con el teletrabajo.
He de dejarles. Seguiré informando.
Sergio Calle
Llorens
Mooooovirecooooo.. tantantan, tantarararan tantan tan...
ResponderEliminar:-)
¡Que tiempos tan buenos que nunva volverán! Vendrán mejores. j
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