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miércoles, 8 de julio de 2015

SANTA TERESA


Mi padrino vino a verme al saber que estaba con el examen de literatura. Recuerdo que se dejó caer en la silla como un saco de patatas y, resoplando me lanzó una sonrisa llena de sorna. Era evidente que necesitaba soltar la maldita tras ver uno de sus westerns favoritos y, como llovía en el exterior no tuve más remedio que darle palique al hombre que luchó por los dos bandos en la guerra incivil española.  De no haber estado cayendo el líquido elemento hubiera optado, digo yo, por darle una inspección a las plantas que mi señor padre cuidaba con tanto esmero.  Tras un silencio incómodo tomó el libro que yo tenía en mis manos y leyó en voz alta;
-Vivo sin vivir  en mí,
 Y tan alta vida espero,
Que muero porque no muero.
Manolo Ramírez Palomo, que era un poeta cuyos versos padecían de anemia, gritó ;- Santa Teresa se hacía la mística porque le faltaba sexo- Y yo, que no daba crédito a lo que escuchaba, le repliqué que ella tenía unos versos muy potables y que su poesía era un acercamiento a Dios a través de un sentimiento íntimo, sin conceder gran autoridad a la explicación racional de cuestiones concernientes a la fe y a la moral. Además su escritura estaba dentro  de ese oscurantismo que reinó en la sociedad medieval europea, como las numerosas guerras y epidemias de peste que asolaron el continente fueron el caldo de cultivo ideal para una búsqueda desesperada de consuelo en la religiosidad. Bueno he de reconocer que fue lo que me acababa de aprender de memoria sobre la literatura mística. –Gilipolleces- me cortó muy serio mi padrino y, en diciendo esto leyó otros versos de la Santa:
-          Cuando el dulce cazador,

-          Me tiró  y dejó rendida,

-          En los brazos del amor,

-          Mi alma quedó cautiva,

-          Y cobrando nueva vida,

-          De tal manera he trocado,

-          Que es mi Amado para mí,

-          Y yo soy para mi amado,
 
Es evidente- comenzó muy serio- el cazador se la tiró y la dejó lista de papeles de la cantidad de embestidas que le dio. Vaya que el confesor la puso pero requetebién que es lo que le hacía falta a la muchacha- De dónde habrás sacado tú   esa extraña teoría- pregunté curioso-  Vaya le dio tal cantidad de cipotazos que cobró vida la Santa. Yo siempre he pensado que se la cepillaron todos los confesores que tuvo. Espera que te leo más;

-          Tírome con una flecha,

-          Enarbolada de amor,

-          Y mi alma quedó hecha,

-          Una con su Criador.

-          Ya no quiero otro amor,

-          Pues a mi Dios me he entregado

-          Y muy amado  es para mí,

-          Y yo soy para mi amado.
 
Lo ves pero si habla de Dios- intenté defenderla- coño claro es que si hubiera dicho que era el padre Agustín el dueño de la flecha, pues hubiera terminado en la pira. Con las ganas que le tenían por su afición a levitar y a decir chalauras- concluyó de rematar mi padrino.
Era claro que aquel hombre no era muy beato del todo pero, tuviera o no razón en sus teorías sobre Santa Teresa lo cierto, lo irremediablemente cierto, es que yo no podía soltar aquello en el examen de 2 de BUP si no quería ser suspendido.  No era la primera vez que me contaba un rollo macabeo que terminaba en una nota desastrosa por compartir sus opiniones. Me había ocurrido aquella vez en la que en la prueba de religión, imagino que por rellenar páginas, escribí la teoría del padrino de que todas las mujeres van al infierno porque hablan demasiado.  Así que deje que siguiera apuntalando su extravagante teoría hasta que se cansó y se fue a dar la murga a otra parte.
 No recuerdo si aprobé con nota ese examen pero, anoche al volver de un paseo en el nocturno me tope con una vieja caja de libros y, voilá, allí estaba el manual de BUP que usé para estudiar el siglo de oro español. A la mente, irremediablemente, me vino esa tarde lluviosa en la que mi padrino describió a Santa Teresa de Jesús como una mujer con mucha fiebre en el usufructo. Recordé sus manos grandes moviéndose como molinos cada vez que el texto, o eso pensaba él, decía cosas como “tírome como una flecha”. Así que, aunque ya era bastante tarde, fui a mi pequeña bodega y abrí un Jumilla en su honor. A la segunda, o tercera copa, comencé a leer estos versos;

-          Oh muerte benigna,

-          Socorre mis penas,

-          Tus golpes son dulces,

-          Que al alma libertan.

-          ¡Que dicha, mi Amado

-          Estar junto a ti!

-          Ansiosa de verte

-          Deseo morir.
 
Comencé a reír a mandíbula abierta al recordar aquella tarde. Creo que, después de todo, mi padrino tenía parte de razón cuando hablaba sobre la santa de Ávila. En fin, la de risas que se tiene que estar pegando Dios en su compañía allá arriba.

Sergio Calle Llorens

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