Mi padrino vino a verme al saber que
estaba con el examen de literatura. Recuerdo que se dejó caer en la silla como
un saco de patatas y, resoplando me lanzó una sonrisa llena de sorna. Era
evidente que necesitaba soltar la maldita tras ver uno de sus westerns
favoritos y, como llovía en el exterior no tuve más remedio que darle palique
al hombre que luchó por los dos bandos en la guerra incivil española. De no haber estado cayendo el líquido elemento
hubiera optado, digo yo, por darle una inspección a las plantas que mi señor padre cuidaba con
tanto esmero. Tras un silencio incómodo
tomó el libro que yo tenía en mis manos y leyó en voz alta;
-Vivo sin
vivir en mí,
Y tan alta vida espero,
Que muero
porque no muero.
Manolo
Ramírez Palomo, que era un poeta cuyos versos padecían de anemia, gritó ;- Santa
Teresa se hacía la mística porque le faltaba sexo- Y yo, que no daba crédito a
lo que escuchaba, le repliqué que ella tenía unos versos muy potables y que su
poesía era un acercamiento a Dios a través de un sentimiento íntimo, sin
conceder gran autoridad a la explicación racional de cuestiones concernientes a
la fe y a la moral. Además su escritura estaba dentro de ese oscurantismo que reinó en la sociedad
medieval europea, como las numerosas guerras y epidemias de peste que asolaron
el continente fueron el caldo de cultivo ideal para una búsqueda desesperada de
consuelo en la religiosidad. Bueno he de reconocer que fue lo que me acababa de
aprender de memoria sobre la literatura mística. –Gilipolleces- me cortó muy
serio mi padrino y, en diciendo esto leyó otros versos de la Santa:
-
Cuando
el dulce cazador,
-
Me
tiró y dejó rendida,
-
En
los brazos del amor,
-
Mi
alma quedó cautiva,
-
Y
cobrando nueva vida,
-
De
tal manera he trocado,
-
Que
es mi Amado para mí,
-
Y
yo soy para mi amado,
Es evidente-
comenzó muy serio- el cazador se la tiró y la dejó lista de papeles de la
cantidad de embestidas que le dio. Vaya que el confesor la puso pero requetebién que es lo que le hacía falta a la muchacha-
De dónde habrás sacado tú esa extraña teoría- pregunté curioso- Vaya le dio tal cantidad de cipotazos que cobró vida la
Santa. Yo siempre he pensado que se la cepillaron todos los confesores que tuvo.
Espera que te leo más;
-
Tírome
con una flecha,
-
Enarbolada
de amor,
-
Y
mi alma quedó hecha,
-
Una
con su Criador.
-
Ya
no quiero otro amor,
-
Pues
a mi Dios me he entregado
-
Y
muy amado es para mí,
-
Y
yo soy para mi amado.
Lo ves pero
si habla de Dios- intenté defenderla- coño claro es que si hubiera dicho que
era el padre Agustín el dueño de la flecha, pues hubiera terminado en la pira.
Con las ganas que le tenían por su afición a levitar y a decir chalauras-
concluyó de rematar mi padrino.
Era claro
que aquel hombre no era muy beato del todo pero, tuviera o no razón en sus
teorías sobre Santa Teresa lo cierto, lo irremediablemente cierto, es que yo no
podía soltar aquello en el examen de 2 de BUP si no quería ser suspendido. No era la primera vez que me contaba un rollo
macabeo que terminaba en una nota desastrosa por compartir sus opiniones. Me
había ocurrido aquella vez en la que en la prueba de religión, imagino que por
rellenar páginas, escribí la teoría del padrino de que todas las mujeres van al
infierno porque hablan demasiado. Así
que deje que siguiera apuntalando su extravagante teoría hasta que se cansó y
se fue a dar la murga a otra parte.
No recuerdo si aprobé con nota ese examen
pero, anoche al volver de un paseo en el nocturno me tope con una vieja caja de
libros y, voilá, allí estaba el manual de BUP que usé para estudiar el siglo de
oro español. A la mente, irremediablemente, me vino esa tarde lluviosa en la
que mi padrino describió a Santa Teresa de Jesús como una mujer con mucha fiebre en
el usufructo. Recordé sus manos grandes moviéndose como molinos cada vez que el
texto, o eso pensaba él, decía cosas como “tírome como una flecha”. Así que,
aunque ya era bastante tarde, fui a mi pequeña bodega y abrí un Jumilla en su
honor. A la segunda, o tercera copa, comencé a leer estos versos;
-
Oh
muerte benigna,
-
Socorre
mis penas,
-
Tus
golpes son dulces,
-
Que
al alma libertan.
-
¡Que
dicha, mi Amado
-
Estar
junto a ti!
-
Ansiosa
de verte
-
Deseo
morir.
Comencé a
reír a mandíbula abierta al recordar aquella tarde. Creo que, después de todo,
mi padrino tenía parte de razón cuando hablaba sobre la santa de Ávila. En fin,
la de risas que se tiene que estar pegando Dios en su compañía allá arriba.
Sergio Calle
Llorens
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