Avanzamos en la quietud de la tarde bajo un cielo atintado
de uvas moscatel. Conduce una monja, a la que yo llamo cariñosamente Sor Citroen y, a su lado, la hermana Pilar que a tenor de los años y la boca de sorpresa que siempre lleva, hubo de conocer los huevos del caballo
de Espartero. Yo voy de paquete algo mareado en la parte de atrás. Le digo que
me lleven al cementerio pero, como no especifico que vivo, la religiosa no para
de volverse. Y que conste que no lo hace para ver si sigo tan pálido, sino
porque es su costumbre a la hora de manejar el volante del vehículo. De ahí el
mote de Sor Citroen. Para nuestra fortuna, nuestros ángeles de la guarda están
atentos todo el camino y, gracias a ellos exclusivamente, llegamos sanos y
salvos al camposanto.
Damos los pésames de rigor a los familiares del difunto. Momento
que es aprovechado por Pilar para cerrar la boquita de sorpresa un tanto. Luego
se viene arriba cuando Sor Citroen y yo caminamos rumbo al bar en busca de una
manzanilla que me entone el cuerpo. Parece que todo el espectáculo humano le
produce a la profesa un gran asombro. Eso incluye las carcajadas y los copazos
de aquellos que viene a decir adiós a los finados que ya, imagino, no esperan
nada de nada. Nos sentamos en una esquina donde un grupo de señoras cede
educadamente la mesa a la religiosa. A veces es sorprendente observar lo que un
uniforme puede causar en el pueblo llano y, más si es el de una religiosa católica.
Allí conversamos sobre la vida o, mejor dicho, ellas hablan y yo escucho. No
tengo el cuerpo para requiebros. Es curioso pero Sor Citroen es, a pesar de los
estilos de vida tan diferentes que llevamos, la persona que mejor me conoce. Suele
definirme como un soldado sensible que ama las bibliotecas. Añade que tengo
algo de fiero castellano, un poco de seny catalán y un mucho de ingenio
malagueño. También dice que la gente me toma cariño cuando me conoce pero que,
desgraciadamente para mí, nunca me dejo. Como dijo un gran hombre, opinar es
muy fácil pero lo realmente difícil es describir y yo, sigo sin encontrar el
adjetivo correcto para la cara de asombro de Pilar. Y en estas que se nos hace de
noche.
Conversando con aquellas dos almas candidas uno recupera la
fe en la humanidad y mire que, fe lo que
se dice fe, yo no tengo ninguna en los seres humanos y espero que ellos tampoco
la tengan en mí. Lo que pasa es que cuando siento la inmensa bondad de dos
mujeres que, dicho sea de paso, lo
abandonaron todo para ofrecérselo a los demás, llego a la conclusión de que
todavía hay gente que vale inmensamente la pena. Pudiera ser que lo único que
perdura en la vida es aquello que hacemos con amor y, que todas las obras que se cometen por odio simplemente se extinguen porque nacen viciadas. Eso no
quiere decir que yo vaya a renunciar a poner en la lápida de aquel infausto ex
familiar Rip, Rip hurra. Al margen de esa pequeña maldad, creo que la compañía
de la gente buena me hace volverme más comprensivo con el puñetero prójimo.
Mis amigas, licenciadas en psicología a pesar de todo,
rebozan una alegría inmensa que yo, especialmente porque sigo aterrado por el
hecho de que he de volver con ellas en el coche, no comparto en absoluto. Apostamos
a que el que cuente el peor chiste paga las consumiciones; Sor Citroen cuenta
uno muy malo sobre Jesucristo. La hermana Pilar nos tortura sobre uno de Rajoy
y yo, gano el envite con el siguiente;
-María no aguanto más quiero suicidarme.
- Pero por qué quieres suicidarte.
- Porque soy un desgraciado.
-Paco no digas eso, yo nunca te abandonaré y siempre estaré
a tu lado.
- Lo ves como soy un desgraciado.
La chanza hace que estallen en sonoras carcajadas. Sor
Citroen se pone la mano en la boca intentando acallarlas y, Sor Pilar abre
tanto la suya que por un momento parece que fuera a engullir la vía láctea. Finalmente
salimos para acompañar a la familia del finado por espacio de una hora. Luego espera el
Batmovil de la monja de ropajes negros y alma blanca. Algún día les
contaré como la conocí. De momento, sólo deben saber que llegué vivo a mi casa
y, con mucha fuerza gracias a dos hermanitas de la caridad que me han dado más
cariño que la mayoría en el último lustro. Vivir para ver.
Sergio Calle Llorens
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