En pocas lunas arribará, al fin, la mágica
noche de San Juan. Y a esta orilla del mediterráneo recrearemos una vez más ese
viejo rito ancestral del agua, la noche y el fuego. Si el mar es un medio
excelente para envejecer el vino, las aventuras junto a la patria salada
rejuvenecen el alma aunque a veces el peso de la nostalgia nos haga andar como
si lleváramos 900 vidas encima. Esas moragas en las que los malagueños,
indefectiblemente, nos hemos enamorado y emborrachado. A veces es difícil
distinguir la diferencia entre ambas acciones. Experiencias esenciales que
guardamos en algún rincón del
ático de la memoria.
Mujeres que
dejan que los rayos plateados de la luna bañen sus cuerpos ya por sí bellos y
suntuosos en la orilla. Tal vez algún beso robado junto a esa jábega cuyo ojo
en la proa dicen, se abre para ser testigo de esos amoríos
nacientes. Los acordes de una guitarra que compite con el rumor de las olas.
Unas estrellas que parecen guiñar sus ojos a los bañistas. Unos espetos que se
van haciendo en la lumbre. Los Juas resignados a su suerte y las damiselas pidiendo deseos en
la medianoche. La suposición de barquitos y peces. Un cuerpo desnudo que sació toda mi sed adánica. La mar que enseña música a conciencia de una forma pausada y distinta. Un desembarco en la isla de la sabiduría, que como decía Sócrates, sólo se alcanza navegando en un océano de aflicciones. Y la madrugada avanza inmisericorde buscando el amanecer que
enfría hasta a los cangrejos.
La moraga, creo, es mucho mejor cuando se realiza en una pequeña cala ajena a casi todo. Y muy especialmente alejada de la misma noche de San Juan tan multitudinaria en los últimos años. Empero, es acercarse ese momento mágico y en el nocturno los recuerdos me acechan,
Noche de moragas. Madrugadas mediterráneas de mitos, leyendas y antiguas civilizaciones. El agua como elemento de cultura que vertebra la existencia. Junto a la biznaga siempre me pregunto cómo celebran la noche de San Juan las ciudades sin mar. Cómo se puede vivir alejado de esta inmensidad marina. Y avanza la noche y crecen mis dudas. Mi única certeza, confieso, es haber tenido la inmensa fortuna de haber nacido a tres cañas de estas olas que lo engloban todo. Muy pronto arriba el verano y la dama de noche me ofrecerá sus efluvios mientras contemplo un cielo abuhardillado de estrellas.
Sergio Calle Llorens
Noche de moragas. Madrugadas mediterráneas de mitos, leyendas y antiguas civilizaciones. El agua como elemento de cultura que vertebra la existencia. Junto a la biznaga siempre me pregunto cómo celebran la noche de San Juan las ciudades sin mar. Cómo se puede vivir alejado de esta inmensidad marina. Y avanza la noche y crecen mis dudas. Mi única certeza, confieso, es haber tenido la inmensa fortuna de haber nacido a tres cañas de estas olas que lo engloban todo. Muy pronto arriba el verano y la dama de noche me ofrecerá sus efluvios mientras contemplo un cielo abuhardillado de estrellas.
Sergio Calle Llorens
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