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lunes, 15 de junio de 2015

LA MORAGA


 En pocas lunas arribará, al fin, la mágica noche de San Juan. Y a esta orilla del mediterráneo recrearemos una vez más ese viejo rito ancestral del agua, la noche y el fuego. Si el mar es un medio excelente para envejecer el vino, las aventuras junto a la patria salada rejuvenecen el alma aunque a veces el peso de la nostalgia nos haga andar como si lleváramos 900 vidas encima. Esas moragas en las que los malagueños, indefectiblemente, nos hemos enamorado y emborrachado. A veces es difícil distinguir la diferencia entre ambas acciones. Experiencias esenciales que guardamos en algún rincón del ático de la memoria.
Mujeres que dejan que los rayos plateados de la luna bañen sus cuerpos ya por sí bellos y suntuosos en la orilla. Tal vez algún beso robado junto a esa jábega cuyo ojo en la proa dicen, se abre  para ser testigo de esos amoríos nacientes. Los acordes de una guitarra que compite con el rumor de las olas. Unas estrellas que parecen guiñar sus ojos a los bañistas. Unos espetos que se van haciendo en la lumbre. Los Juas resignados a su suerte y las damiselas pidiendo deseos en la medianoche. La suposición de barquitos y peces. Un cuerpo desnudo que sació toda mi sed adánica. La mar que enseña música a conciencia de una forma pausada y distinta. Un desembarco en la isla de la sabiduría, que como decía Sócrates, sólo se alcanza navegando en un océano de aflicciones.   Y la madrugada avanza inmisericorde buscando el amanecer que enfría hasta a los cangrejos.
La moraga, creo, es mucho mejor cuando se realiza en una pequeña cala ajena a casi todo. Y muy especialmente alejada de la misma noche de San Juan tan multitudinaria en los últimos años. Empero, es acercarse ese momento mágico y en el nocturno los recuerdos me acechan,

Noche de moragas. Madrugadas mediterráneas de mitos, leyendas y antiguas civilizaciones. El agua como elemento de cultura que vertebra la existencia. Junto a la biznaga siempre me pregunto cómo celebran la noche de San Juan las ciudades sin mar. Cómo se puede vivir alejado de esta inmensidad marina. Y avanza la noche y crecen mis dudas. Mi única certeza, confieso, es haber tenido la inmensa fortuna de haber nacido a tres cañas de estas olas que lo engloban todo.  Muy pronto arriba el verano y la dama de noche me ofrecerá sus efluvios mientras contemplo un cielo abuhardillado de estrellas.

Sergio Calle Llorens

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