Páginas

domingo, 10 de mayo de 2015

MI TÍA


Unas viejas fotos en blanco y negro. Unas cartas olvidadas escritas en valenciano que narran secretos familiares. Ecos de un pasado que no mueve molinos pero, al menos, agitan mi conciencia. Ella era mi tía abuela. Una mujer bellísima con sus cabellos dorados y unos profundos ojos azules. Fémina que despertaba admiración por donde quiera que fuera. Yo no tuve el placer de conocerla en vida ya que los ángeles, o eso decía mi madre, se la llevaron demasiado pronto. Conviví con sus hijos que hablaban francés, italiano, español y la lengua de Valencia.
Verán todo empezó recién estrenada la década de los sesenta cuando la pobre no tuvo más remedio que buscarse la vida al centro de Europa. Se estableció en un pequeño pueblo de la Suiza francesa llamado Lelanderon, muy cerquita de Neuchatel. Desde allí fue tirando de sus primos a los que mandó el dinero para que la siguieran en la aventura. Y allí siguen. Todos eran hijos de profesores republicanos que, tras la guerra incivil española, el régimen franquista les impidió ejercer de nuevo su profesión. Desgraciadamente, no llegaron a tiempo de evitar que la pariente cayera rendida en los brazos de un Casanova italiano que le dio muy mala vida.
Leo esas líneas bañadas en una soledad febril, aterradora que la paralizaba de miedo en una tierra que sentía extraña. Escribía esas cartas desde el asilo en el que trabajaba que aparece en el reverso de esa tarjeta. Añoraba Málaga, Denia y toda España a la que jamás pudo volver con vida. La historia oficial afirma que murió víctima de una embolia. La no oficial era un susurro que apuntaba a su marido como responsable directo de su fallecimiento. Su vida truncada por un maldito veneno. Mi tío, su hermano, que ya por entonces era Legionario tomó un tren con destino a ese frío país, para acabar con el italiano. Por fortuna pudieron pararlo en la frontera antes de que fuera demasiado tarde.
Luego arribaron a casa de mis padres los sobrinos de mi madre hasta que el transalpino se casó con otra y reclamó a los bambinos. No lo hizo por amor, sino porque su nueva esposa era incapaz de concebir niños. Aquello fue uno de los mayores traumas de la familia.
Estoy leyendo a mi tía en su valenciano dulce y no puedo evitar estremecerme. Siento su dolor como propia y la soledad, que tanto la amargaba, me araña el corazón en esta noche de primavera. Tal vez su vida hubiera sido muy diferente si el abuelo Antón no hubiera tenido tan mala cabeza, aunque tan bien es verdad, que muchas personas tienen la desgracia de haber tenido a ángeles de la guarda que siempre andan despistadillos. El destino, por otra parte, es una pendencia curiosa.
Han pasado ya muchas lunas desde aquellos desgraciados días de Suiza. Y muchas más desde que ella posó a la fotografía ajena a todo lo que le esperaba tras la esquina de la vida. Su belleza me tiene cautivado y puedo intuir a mi madre en ella. Creo que no dejaré de pasar la ocasión de poner flores en la mar en  la memoria de ambas hermanas. Entran dos rayos de luna plateados para iluminar la estancia desde donde escribo estas letras tras  leer estas líneas:
“Puc vore la lluna des de la meua habitacio. Alguna cosa poc normal perque aci sempre està nuvolat. La veritat es que sempre que la veig alli amunt pense en la meua germana de l'anima a la que vullc tant”.
Ella también te quería y no dejó de acordarse de ti ni un día.
Sergio Calle Llorens

No hay comentarios:

Publicar un comentario